sábado, 6 de febrero de 2010

BELLEZA QUE HIERE LOS OJOS

Ya no recuerdo si he leído o escuchado la frase. Decía más o menos así: “Tenía una belleza que lastimaba los ojos con su fulgor”. Me impresionó por algún tiempo y creo haberla dicho más de una vez, pero sin sentir su fuerza. Hace días la recordé con intensidad. No contemplaba a Julia Roberts, Penélope Cruz, Angelina Jolie, o alguna de las diosas de Hollywood cuya inaccesibilidad termina por volverlas irreales. Se trataba de un rostro descubierto en la red. Made in Perú para sentirnos orgullosos. Trataré de describirla. Irradiaba aquella criatura, eso que llaman ángel. Es decir la combinación de dulzura y sensualidad, en su mirada, en su sonrisa y en el gesto de sus labios captados por la cámara. Al comienzo pensé que había colgado la foto de alguna modelo, pero luego me convencí que era ella. la chica con la que había platicado unos minutos. Me sorprendió su sencillez, pues bellezas de ese nivel, no descienden a nuestro mortal mundo. Vi la foto de su nena de cinco añitos que había heredado algo de su hermosura. Por mi parte, le conté sobre Dylan Axel y la enorme felicidad que significaba en mi vida. Arribo ahora a la reflexión sobre la frase del inicio. Veamos. Es de suponer que Dios, la naturaleza o alguna fuerza creadora, define el modelo (físicamente hablando) de los seres que vienen al mundo. Se trata de lo que la ciencia llama la base genética. Entonces en la creación de esa beldad hay un componente de “fabrica” imposible de realizar, incluso por el más hábil cirujano plástico. Sin embargo, no basta con la simetría de sus rasgos. Existen mujeres muy bellas, pero que no atraen fuertemente. Aquello lo otorga la naturaleza, pero hay algo que es como la hermosura del alma. Se asoma por los ojos, por los labios, por la voz, por cada uno de los gestos de una persona. Consecuentemente, es el ENCANTO y no la belleza, lo que más perturba porque, precisamente, el alma encantadora envía un mensaje a su par que la está observando. En ese momento se establece un lenguaje sin palabras, pero con tal intensidad que nos produce aquella sensación que algunos han bautizado como la “belleza que lastima”. Y es verdad, pues resulta muy difícil resignarse a que ese ángel permanezca completamente ajeno a nuestras vidas. No obstante con los años, aunque no desparecen, se aprenden a controlar los impulsos que nos llevan a obsesionarnos con alguien. Quizá mi recién descubierta diosa sólo pueda regalarme su encanto a través de las fotos que cuelgue en la red, pero eso ya será motivo de regocijo, pues el cielo y las estrellas se han hecho para contemplar, mas no para poseer.