lunes, 28 de febrero de 2011

ANA Y LAS BRONCAS EN SU HONOR

Solíamos jugar a la pelea frente a la casa de Ana, sólo para que nos mirara y discerniera (con desgano), quien era el más valiente. Ella debía tener 13 años y tenía la voz ronquita. El cabello le llegaba a los hombros y siempre andaba un vestidito floreado que se ceñía a sus púberes pechos, pero amplio de la cintura hacia abajo.

Había llegado de otro sitio a vivir con su tía “Sole” sólo para causar el más grande revuelo de esa época. Nunca tuve el valor de abordarla para conversar, pero el día que la escuché pronunciar mi nombre no dormí de alegría. Todos alardeábamos que la habíamos besado. Inventábamos historias, incluso con testigos comprados que aseguraban que lo contado sobre ella era verdad.

Hasta que aquella vez que nos descubrimos cuando nadie se puso de acuerdo sobre un detalle esencial en la historia de Ana. Todos asumíamos tácitamente que besaba con los ojos cerrados, pero alguien más viejo (y más “mosca”) dijo que los abría. Ese fue el inicio de la discusión y de la rivalidad del grupo. Los que seguíamos asegurando que cerraba los ojos, y los que insistían que le gustaba abrirlos.

Poco a poco Ana dejó de ser el centro de atracción. Ya más grandes, nosotros comenzamos a entrar a los bailes y conocimos a otras chicas y nos enamoramos. La última imagen que tengo de ella no es directa sino relatada. Uno de los muchachos contó una vez que se ganó cuando el finadito Pedro (murió en un accidente) la recostaba contra una carrocería, (no diré los detalles), pero no importa, porque ya habíamos dejado de imaginar escenas con ella…

miércoles, 9 de febrero de 2011

LUCILE Y EL SEÑOR DEL FACEBOOK


La melancolía es un estado gobernado por el hemisferio derecho, se repetía una y otra vez Kristel. Si escribiera con la izquierda – pensaba - podría ejercitarlo hasta disipar toda la carga negativa y de esta forma centrarme en la paz. De tanto practicar había logrado dibujar unos trazos que adquirían la forma de grafías. Sin embargo, la ansiada armonía se negaba a instalarse. En esos trances avanzaba cuando conoció a Víctor Hugo, "el señor del facebook",  quien tenía respuesta casi para todas las interrogantes. No es que fuera un sabio, en realidad dominaba casi a la perfección el arte de la empatía (ponerse en el lugar del otro), sumado a un dominio del lenguaje que le otorgaba un enorme caudal para despertar confianza en sus interlocutores. Los libros le habían mostrado lo decisivo que puede ser el conocimiento cuando de entender a las personas se trata. Entonces Kristel  no fue la excepción. Dos días después de conocerse virtualmente ya conversaban tan familiarmente que daba la impresión de que en alguna dimensión desconocida habían compartido muchos momentos, y ahora sólo los recordaban.
Pero lo importante era que el estado de ánimo de Kristel mejoraba. Tenía claras algunas cosas que antes le suscitaban culpas e incertidumbres. Su dificultad era emocional. Como casi siempre sucede, podía comprender con nitidez los problemas de sus amigos, pero cuando algo le rozaba el corazón, su entendimiento se bloqueaba y podía sufrir varios días sumida en la tristeza. Tanto la habían lastimado los desencuentros (arteros o inocentes) que juraba no  volver a enamorarse. 
No obstante, en su ser comenzaban a florecer afectos bellos y sosegados como la amistad que sentía por Víctor Hugo. Este extraño personaje que podía entender su alma y esperar. ¿Esperar qué? Él no tenía seguridad de nada. Ella no quería vislumbrar ningún desenlace. Sólo el destino (o Dios) trabajaba silenciosamente para que se dirijan hacia un inexorablemente encuentro. Después de todo el face no era tan negativo como muchos comentaban...