viernes, 29 de abril de 2011

EL DOLOROSO SILENCIO

Por: Billy Crisanto Seminario

Detesto cuando Dylan Axel se pone mal. Las mañanas son grises y las noches desamparadas. No es la ausencia del bullicio, sino el enorme vacío que deja el mutismo de su sonrisa. El silencio de no escucharlo correr por la casa atenaza mis pensamientos, y todo atisbo de alegría desaparece de mis ojos.

Descubro entonces que hay dos tipos de silencio. Aquel que, acompañado del sosiego, procura sensaciones que fecundan palabras bellas (casi siempre dedicadas a mujeres bellas). Pero hay otro tipo de silencio que no es físico. Es la desolación que crece a la sombra del letargo de Dylan Axel. El ruido de la calle y hasta la música incomodan, y su ausencia, en vez de abrir espacio para reconciliarme conmigo mismo, sólo me sabe a tristeza penitente en mi alma.

En esos momentos los temores me desbordan como lobos agazapados para atacarme en el flanco más vulnerable de mi alma. Rápidamente pierdo el control y la desesperación hace presa de mí en un vendaval de prisas sin un norte promisorio. No obstante, lo más lastimero es su llanto. Más lacerante que el grito de un ave herida. Desgarra inmisericordemente mi alma, y sólo una honda plegaria me permite ver una lucesita que no quiero que se extinga nunca…

jueves, 21 de abril de 2011

SEMANA SANTA Y EL MILAGRO DE LA VIDA

Por: Billy Crisanto Seminario
Quizá las sensaciones más elementales y humanas en esta Semana Santa, sean liberar el alma de culpas, y sentirse acompañado (que es una forma de decir “no sentirse solo). La fe ayuda mucho, pero si no se prepara el corazón. Si no se reconcilia con Dios y con uno mismo, la experiencia será efímera y no fructificará en nuestra actitud ante la vida y en nuestras relaciones con los demás.
Admiro, en incluso envidio la idiosincrasia del pueblo que vive intensamente las procesiones y demás cultos de esta época. Sin embargo, al haber perdido esa sencillez ante la vida debo buscar otros caminos para sentir la fecunda y sanadora presencia de Dios en mi vida. Supongo que debe ser el caso de muchos cristianos cuyos sinsentidos los lleva a transitar otras vías.
Sería lindo dedicar la vida, o parte de ella, a visitar hospitales, asilos, orfelinatos, prisiones, etc., llevando consuelo a esos hermanos que tanto necesitan del afecto divino. Pero carezco del valor y de la grandeza para hacerlo. Me reconforto pensando que mi prójimo (próximo) habita en mi hogar en la forma de mi familia.
De tanto haber evaluado el total de mis propios actos y haber concluido que son muchos más los desaciertos que los aciertos, he llegado a coincidir con San Pablo. Él afirma que casi siempre “hacemos el mal que no queremos hacer y no hacemos el bien que deseamos realizar”.
A la luz de todas estas reflexiones existenciales que a veces me sumen en el insomnio he llegado a formularme una pregunta. Sí mi conducta no es precisamente ejemplar, por qué me suceden cosas bellas en la vida. Por qué si no merezco bendiciones tan maravillosas, Dios insiste conmigo al punto de dejarme perplejo.
Mi hijo Dylan Axel es, a propósito, lo más grandioso e inmerecido que me ha ofrendado la vida. Y es que los hijos no sólo son la prolongación de la especie, sino sobre todo, los grandes maestros de nuestra sensibilidad. Llegan para recordarnos lo necios que somos dando importancia a cosas que no la tienen. Llegan porque, definitivamente, a Dios no le gusta ver solos y tristes a los hombres.
Por ello en esta Semana Santa, una oración por todos los que sufren y mi ausente sentido de compasión ante el dolor ajeno, me impide ir a visitarlos. Pero también un profundo sentido de gratitud por todo lo bello que ofrece el mundo cada mañana. Que así como fue doloroso el sacrificio de Jesús, su resurrección es el triunfo de la vida sobre la muerte. Esa vida llena de amor que todos los días, y especialmente en estas fechas, está tocando las puertas de nuestro corazón para transformarnos.

domingo, 17 de abril de 2011

DYLAN AXEL Y LOS DOMINGOS GRISES

No sé en qué momento, como decía García Márquez, Dylan Axel tomo mi dedo con su manita y me atrapó para siempre. Hoy, como cada domingo, se fue donde su abuelita y, al despedirlo, sentí una combinación de ternura y tristeza difícil de explicar. Antes, lo bañé y le puse su ropa más linda mientras reía como sólo pueden reír los ángeles. Lo fui a embarcar (¿Por qué se dice embarcar si no se viaja en barco?) y mi alegría terminó cuando me dio un besito de despedida. Lo miré perderse en la distancia agitando su mano y se marchó sin perder esa sonrisa que alumbra más que el sol piurano.
Soy consciente de que poco a poco crecerá, y quién sabe la sana rebeldía, lo aleje de mí dentro de unos años. Sin embargo, en el fondo de mi (egoístamente), no quisiera que se haga adulto. Disfruto (disfrutamos) tanto los momentos que pasamos juntos que siento en mi alma como estrellitas que juegan en el cielo azul en una noche fresca.
Por ello hoy que pasarán muchas horas sin verlo será un domingo tedioso y apagado. Sin sus pasos corriendo por la casa. Sin sus exigentes y determinantes gritos, el silencio comenzará a doler en el alma y la música (eterna compañera) tendrá que doblar sus esfuerzos para calmarme.
Hoy comprendo algo que es difícil de aceptar pero es cierto como el acero. Los afectos nos vuelven tremendamente vulnerables e inseguros. Me da miedo pensar que le pueda pasar algo, o que me muera sin verlo crecer. Los hijos no sólo son la prolongación de la especie. Son también los grandes maestros de nuestra sensibilidad y de nuestra humanidad. Llegan para recordarnos lo necios que somos dando importancia a cosas que no lo tienen. Llegan porque, si Dios existe, definitivamente no le gusta ver solos y tristes a los hombres.
DYLAN AXEL llegaste cuando el desamor casi hace presa de mi y de nuevo cada amanecer cuando te veo despertar la mañana se viste de luz y de color. Por ello, hoy te esperaré y elevaré una plegaria al Dios de los Niños para que te cuide y te traiga de regreso esta noche…