miércoles, 5 de enero de 2011

SOBRE ANA KARENINA Y MADAME BOBARY

Hay dos cosas que mantienen unidas una pareja cuando ya la ternura y el deseo se han marchado. Se trata de la dependencia mutua, y el temor a quedarse solo. La primera puede ser de cualquier índole, pero principalmente es familiar (léase hijos de por medio) y económica. La segunda por su parte, se alimenta de los prejuicios sociales resumidos en frases como “l@ dejaron”.

Ambas son fuertes, a tal punto de llegar a compensar una vida tejida sólo de convencionalismos y rituales. Preferimos la “seguridad” y el confort de una casa y el “estatus” de un apellido, antes que las emociones intensas que se ocultan tras las máscaras que se colocan cada mañana. Un termómetro infalible de que una pareja se ha resignado al formalismo externo es la frecuencia con que la pareja hace el amor (que no es lo mismo que tener sexo). Se puede llegar al límite en que sólo ocurren cuando ambos están algo ebrios, y por lo tanto se desatan los impulsos domados por la obsesión hacía el trabajo y/o hacía el dinero.

Es por ello que heroínas como Ana Karenina y Madame Bovary, antes que suscitar nuestro repudio por su infidelidad, se nos muestran como mártires del amor, aunque Tolstoi y Flaubert las hayan hecho pagar con la vida su valentía. Y es que ellas se atreven a realizar aquello que nosotros ansiamos hacer en nuestros arranques de romanticismo.

Consecuentemente los amores de toda la vida no son otra cosa que vínculos entre dos almas que han llegado a enajenarse o auto engañarse que son felices. Las reuniones con las amigas o las compras lujosas actúan como catalizadores de la sed de sentirnos amados o deseados.

Sin embargo, nada es seguro. Dependiendo del grado de temor a lo desconocido, puede uno de los dos conocer a otro ser tan encantador o apasionado que les dará fuerza para otorgarse la última oportunidad de vivir fuertes emociones. El precio para la mujer es mucho más doloroso que para el hombre. La estigmatización e incluso el destierro serán moneda común a partir de su infidelidad.

Lo peor sucede cuando se equivoca y el “caballero” destinado a rescatar a la princesa de su encierro, no es más que un aprovechador cuyo único objetivo era algo de sexo prohibido. En este caso, y volviendo a Tolstoi y a Flaubert, sólo la dignidad de la muerte puede limpiar la honra.

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