sábado, 28 de noviembre de 2009

LA PRINCESA Y EL TEST DE INTELIGENCIA


Le llamaba "la Princesa de las trenzas de seda ", y una combinación de ternura y de nostalgia me envuelve al recordarla.  Ambos éramos solteros, pero ya estábamos emparejados...
De nuevo caminamos juntos y felices. Quizá huyendo de nuestras realidades afectivas cubiertas de monotonía o formalismos. Todo comenzó con los letreros de su nombre junto a la palabra “Te amo”, que, junto a mi fiel amiga Lucy pegaba en el vidrio del aula donde ella estudiaba. Rápidamente desaparecíamos como dos chiquillos traviesos ante la risa celestina de sus compañeras y la mirada seria de sus profesores. El momento decisivo fue cuando aprobó el test que por aquel entonces aplicaba a cuanta chica me gustaba. Era simple. Les decía algo como “Sería lindo si tú y yo nos casáramos, pues tendríamos una hija que heredaría tu belleza y mi inteligencia”. Ella no asintió, dio una respuesta ágil y contundente: “ósea que insinúas que soy una brutita”. Le explique que, precisamente, se trataba de una prueba para conocer cuan inteligente era. Desde ese momento nuestras conversaciones si hicieron largas y amenas. Nos confesamos las facetas más singulares y divertidas de nuestras vidas y siempre lo relacionábamos con una obra o un escritor célebre. Sintonizábamos a la perfección. Tocar los cabellos de mi princesa y abrazarla (sin besarnos) era la cima de nuestra inédita felicidad. Una noche fuimos a una discoteca con su hermana y un pretendiente de ésta. Bailamos y estuvimos de la mano toda la noche como si fuésemos pareja - claro está si los enamorados tienen que besarse para serlo-. Pero, volviendo nuestras pláticas nocturnas, eran lo más lindo. Su risa o sus lágrimas hacían que la ame más y más y pronto lo tuve claro. Era la mujer que había nacido para ser mi esposa. Se lo pedí – por ese entonces yo ya tenía trabajo seguro-, le imploré casarnos, pero ella se negó. ¡Antes de que termine su carrera, nada! Hasta que llegó el momento aciago. Después de un escándalo que no vale la pena revelar, la princesa quedó lastimada y no quiso verme nunca más...
Hace poco la encontré después de cinco años. Ella tenía una hermosa niña y Dylan Axel y Angelina  ya alegraban mis grises días. Conversamos largamente. Recordamos los buenos tiempos y ambos nos arrepentimos no habernos casado cuando se lo propuse. Ella seguía tan hermosa, pero los años habían hecho estragos en mí. Sin embargo algo de nuestro amor volvió a florecer. Juntos nos prometimos que, de terminar nuestras endebles relaciones, reanudaríamos nuestro trunco amor. Lo anhelábamos intensamente. No me dio su celular cuando se lo pedí. Me dijo que ella me llamaría cuando no soportara extrañarme más. Algunas veces recibo llamadas anónimas. Se quedan un rato sin hablarme. Para darme fuerzas, pienso que es mi princesa y más tarde escribo cosas como ésta...

jueves, 26 de noviembre de 2009

DELIA ELENA SAN MARCO (Jorge Luis Borges)


Nos despedimos en una de las esquinas del Once. Desde la otra vereda volví a mirar; usted se había dado vuelta y me dijo adiós con la mano. Un río de vehículos y de gente corría entre nosotros; eran las cinco de una tarde cualquiera; cómo iba yoa saber que aquel río era el triste Aqueronte, el insuperable. Ya no nos vimos y un año después usted había muerto. Y ahora yo busco esa memoria y la miro y piensoque era falsa y que detrás de la despedida trivial estaba la infinita separación. Anoche no salí después de comer y releí, para comprender estas cosas, la última enseñanza que Platón pone en boca de su maestro. Leí que el alma puede huir cuando muere la carne. Y ahora no sé si la verdad está en la aciaga interpretación ulterior o en la despedida inocente. Porque si no mueren las almas, está muy bien queen sus despedidas no haya énfasis. Decirse adiós es negar la separación, es decir: Hoyjugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros. Delia: alguna vez anudaremos ¿junto a qué río?este diálogo incierto y nos preguntaremos si alguna vez, en una ciudad que se perdía en una llanura, fuimos Borges y Delia.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

RECUERDOS DE LLUVIA


Miro por la ventana la lluvia formar charcos en la calle. Un perro corre con su pelaje humedecido como si nada estuviera pasando mientras la gente angustiada saca el agua de sus casas. La lluvia en la ciudad se siente como un castigo por quién sabe qué culpas. Se le mira como algo extraño y agresivo. En el campo no era así. Precisamente ahora el olor a tierra húmeda me recuerda mis primeros años en la gran hacienda cuando la felicidad tenía el nombre de naturaleza. En esos tiempos, a similitud del perro callejero, no le teníamos miedo a la lluvia. Saltábamos de alegría mientras gruesas gotas caían en nuestra escasa ropa. El agua no se empozaba en las casas, corría por pequeñas quebradas cual riachuelos donde navegaban nuestros barquitos de papel. Cuando cesaba de llover, nos gustaba mirar el arco iris, mientras mi madre contaba historias sobre su significado. Nos decía que era una señal divina de que nunca se repetiría el diluvio universal. En ese entonces aún sentíamos a un Dios que protegía nuestra inocencia. Regreso al presente y lo siento muy diferente a mis recuerdos de niño jugando bajo la lluvia. Mil dudas y cuestionamientos asaltan la razón y el miedo y hasta la rabia son el precio. Ahora es la lluvia, pero son muchas cosas más las que nos espantan. Quizá todo sea consecuencia de habernos alejado de la naturaleza, al punto de convertirla en nuestra enemiga. Tal vez ahora mismo en el campo unos niños se bañan alegremente en la lluvia.

lunes, 16 de noviembre de 2009

IMÁGENES DE REBELDÍA


Las imágenes comenzaron a rondarme en la mente antes de cumplir los treinta. Probablemente era mi deseo de seguir siendo joven y una forma de conseguirlo es transgrediendo las reglas. La escena es bastante conocida. Una tarde fresca, ella llega en su vehículo a mi trabajo y me arranca de la envejecedora rutina. A velocidades que nos hacen sentir el viento en el rostro, marchamos sin detenernos kilómetros tras kilómetros. Hasta ahí parece el libreto trillado de una novela, pero representa algo más importante. El temple para mandar a rodar todo, siquiera por unas horas o unos días, y dejarme llevar por esa fresca y vertiginosa emoción, aquella que procura saborear la libertad plena o la sana locura que es lo mismo. Mi tendencia pasional hace imprescindible la presencia de una mujer linda y joven para la aventura y el escenario perfecto es el asfalto en medio del desierto o del verdor de unos campos sembrados. Reímos divertidos, cantamos, respiramos agitadamente y pegamos nuestros cuerpos sólo para sentirnos juntos en nuestro sueño. Miramos como agoniza el sol en un cielo amarillo que es al mismo tiempo triste y bello. En los audífonos, la voz brillantemente lastimera de Bob Dylan completa el cuadro. Saboreamos esa combinación incomparable de libertad, amor y locura y recién descubrimos la vida en su esplendor. Escribirlo es quizá una forma de realizarlo y por ello estoy sentado en el ordenador esta madrugada. Saboreo el silencio que arrulla mis sueños de libertad – parece el nombre de una película – y pienso para justificarme, que recrearla una y otra vez es hacer un conjuro para que se haga realidad. No exactamente como la imagino, pero con su componente fundamental. La aventura y la insurrección, únicos elixires de la ansiada liberación. El sueño me invade poco a poco y es contradictoria señal de que mi salud mejora. Antes de irme a la cama trato de ponerle rostro a la chica de la moto que me rescata del decadente formalismo laboral. Pruebo entre aquellas que amé, incluidas las que no me correspondieron. Extrañamente ninguna encaja en el personaje. Por una parte mala señal porque significa que nunca amé a una mujer que personificara la rebeldía y la libertad. Buena señal por otra parte porque queda claro que aún no llega a mí ese ser alado que me traspase su radiante juventud en forma de amor. El sueño me vence y sólo tengo fuerzas para apagar el ordenador.

viernes, 13 de noviembre de 2009

NUNCA ENVEJEZCAS DYLAN AXEL


No pierdas la alegría pequeño Dylan Axel. Crece, pero no envejezcas. Te lo diré de una forma que lo entiendas, aunque creo que los niños entienden mucho mejor que los adultos. Se trata de no dejar anidar el resentimiento y la amargura en tu corazón. Por ejemplo, hoy tu mamá y yo reñimos porque cuando uno es grande se vuelve tonto. No acepta sus errores. El orgullo lo lleva a la simple disyuntiva de ganar o perder, ignorando que la humildad y la sencillez son hermanas de la sabiduría. Por ello no envejezcas Dylan Axel. Con los años todos a tu alrededor lo harán. Adoptarán actitudes serias y ceremoniosas para todo, como si la lucidez de una persona se midiera por sus duros gestos. No saben que cuando jugamos divertidamente, soy yo quien aprende más de ti. Quizá debas de tener un poco de cautela con nosotros los adultos porque nos creemos sabios y pensamos que los niños no saben nada. Nos llenamos la boca con palabras enredadas que al final no dicen nada, y más bien ponen en evidencia las tinieblas de nuestro entendimiento. Finge estar de acuerdo en todo, pero sin que lo noten, ríe de su patética “madurez”. Cuando uno se hace adulto se complica la vida a más no poder. Aprendemos cosas feas como auto lastimarnos por hechos sin importancia. Nos agredimos con palabras duras para después arrepentirnos de lo que decimos ¿No seremos tontos por actuar así? Nos volvemos duros de corazón y la soberbia ensombrece nuestra alma. Es aburrido volverse viejo Dylan Axel. De tanta “responsabilidad” nos petrificamos tornándonos tristes. Pero no es una melancolía romántica y luminosa de la que emerge poesía, sino una dureza oscura y estéril. Como si todo el tiempo estuviéramos tomando un jarabe amargo (de esos que no te gustan) que termina dejándonos hondas heridas y fétidas llagas en el espíritu. 
Finalmente hijo mí, ten cuidado. Si un día cualquiera sientes que has herido a alguien, significa que la vejez te quiere atrapar. No lo permitas. La maldad es uno de sus  excreciones más detestables.  Somos rápidos e inclementes para agredir y lentos y mezquinos para perdonar. Sólo por este motivo no deberías envejecer Dylan Axel. Adáptate al mundo de los viejos, pero nunca pierdas la inocencia y la alegría. No temas abrazar a quien ames y conserva siempre esa traviesa sonrisa. No imaginas a cuantos desalentados colmas de alegría...

jueves, 12 de noviembre de 2009

LECCIONES DE MISTICISMO

Cuando hacíamos el amor desaparecía en ambos todo atisbo de culpa y remordimiento. Tanta ternura y pasión devenía en una mística ceremonia. No éramos nosotros – yo estaba lleno de contradicciones y también ella quizá-. Era como una energía cósmica que nos envolvía. Entonces nuestra piel cobraba vida y se conducía en una danza sagrada cuya esencia es imposible describir.El fuego de sus labios, no sólo encendía mi sangre, sino también – y sobre todo – entibiaba mi alma que descubría el cauce de su realización plena. El contacto de su piel era a la vez que estremecimiento, consagrado elixir que me transportaba al cielo. Entonces la plenitud llegaba a mí en forma de mujer, y perennizar ese momento, era mi más codiciado anhelo Más que una excelsa remembranza, lo que trato de demostrar es que se puede elevar el sexo a una vivencia espiritual que es la cúspide de la dicha terrenal. Y no hablo del momento supremo del clímax, sino de cada uno de los besos, de los susurros y de las caricias que le otorgan a una persona (a ella) el carácter divino que hoy evoco con dulce melancolía.Era todo un conjunto de cualidades. Una mirada traviesa, una angelical sonrisa, el gesto de no querer entregarse, y otro totalmente opuesto. Decir que cada palabra se tornaba mágica en sus labios no es exageración. Era sólo amor elevado a las colinas de la más sublime poesía. Por primera vez tome consciencia de la imposibilidad de volver a esos límites de embeleso. Debía atraparlos completamente, tatuarlos en mi alma para que me proporcionen la energía en los momentos – como hoy – de orfandad y desamor. Fue demasiado bello. De vez en cuando vuelvo a ser feliz, sólo rememorando esos instantes y descubro que en una mujer se puede esconder Dios.

martes, 3 de noviembre de 2009

LAS NOCHES ROCKERAS DE BREÑA


Eran los inolvidables años ochenta cuando decidí “conquistar” la capital. El pop y el rock anglo sajón estaban en su apogeo. El rock en español recién hacía su entrada y sólo Miguel Ríos y Charly García sonaban en la novedosa FM radial. Había terminado la secundaria y con las hormonas a full, llegué a la casa de mi tía Faz en el jirón Recuay de Breña. Todo prometía. El plano de Lima metropolitana que había conseguido me indicaba que tomaba la avenida Venezuela ya estaba en el centro. Como en las películas que había visto, me alucinaba viviendo mi despertar sexual con chicas superadas de la capital. Sin embargo no contaba con la rigidez de la tía Faz (QEPD), una solterona gorda que nos hacía rezar (a mi primo Moshe y a mi) desde las seis de la mañana.  La  Lima anhelada, l.a de las noches al estilo “Avenida Larco” de Frágil, sólo la escuchaba desde mi cama. La tía colocaba un tremendo candado en la puerta y a dormir. Con sus grabadoras a todo volumen y cantando en inglés, los vagos, “embalados” por su ron y su marihuana, se apoderaban de la cuadra a partir de las once. No eran asaltantes, ni esos pandilleros atorrantes de hoy que te matan por un par de zapatillas. Lo suyo era la juerga. Nunca conocí al loco que se sabía las letras de “Honestidad” de Billy Joel, “El Año del Gato” de Al Stewart y “Hotel California” de The Eagles. Sólo los escuchaba llamarse por: “El Chavo”, “El Mario”, “El Dennis”, etc., etc., y algunas flacas como “La Claudia”, “La Shirley”. Se quedaban hasta la madrugada y se levantaban al medio día. Recién a golpe de las seis sacaban sus tablas skatebol, mientras esperaban que la gente se vaya a dormir para irrumpir con su música y su bullicio. Eran bacanes esos locos. Yo sólo los alucinaba e imaginariamente me sentía uno de ellos. Aguanté nada más que seis meses en la casa de la tía Faz. Un día me salió algo de la rebeldía que seguramente ellos alimentaron y planifiqué  mi fuga de esa prisión nocturna. Esperé quedarme solo, acomodé mis cosas y me marché a Comas donde mi tía Jesús. Allá todo fue diferente. Las noches eran silenciosas. Hubo otro tipo de vacilones que contaré en otra historia, pero los rockeros nocturnos de Breña fueron insuperables. Su ruido musical quedó en mi memoria para siempre. A veces pienso que aún siguen allí dando vida a esa calle inolvidable que yo sólo disfrutaba auditivamente. Haz click para ver video: HOTEL CALIFORNIA (The Eagles) http://www.youtube.com/watch?v=3afiWbRGjK8