miércoles, 30 de diciembre de 2009

REFLEXIONES DE AÑO NUEVO


Quizá no nos hemos percatado que la tradición de quemar un muñeco, la noche del 31 simboliza la idea de borrar completamente el pasado para comenzar el futuro representado por el año nuevo. Poco importa sí el agonizante 2009 nos deparó muchas cosas buenas, igual debemos quemarlo. No hay gratitud o alegría por los momentos felices o de éxito. En el mismo sentido, son las cábalas quienes mejor representan esta mentalidad determinista donde los conjuros serán decisivos en nuestro destino. De lo anterior se infieren dos ideas muy relacionadas una con otra. Primero, que la felicidad y el éxito, antes que fruto de nuestro esfuerzo y talento, son regalos que nos vienen desde afuera. Segundo, que carecemos del sabio hábito de analizar el pasado y aprender de él – lo destruimos o tratamos de hacerlo -. Somos en buen español, un pueblo que vive de espaldas a su historia, y esto puede explicar nuestra reincidencia en los errores, como por ejemplo, reelegir a personajes de notorias deficiencias en su anterior gestión. Me contó una amiga de clase alta como había que sacar cita con una semana de anticipación, donde una conocida astróloga para un baño de florecimiento que costaba cien dólares. Desde la bella secretaria, hasta la acaudalada empresaria, todas querían que la dicha y la fortuna llegaran junto con algunas esencias milagrosas que cubrirían su cuerpo antes de comenzar el año. Me contó también que sí se trataba de que llegue el dinero a montones, bastaba reemplazar la tradicional prenda amarilla por otra verde (color de los dólares americanos). Definitivamente, además de cambiar costumbres que impone el sistema, un balance de todo lo importante (lo bueno y lo malo) que nos pasó en el año, sería una práctica sana y productiva. Se trata de multiplicar los aciertos y no repetir los errores, como un sencillo y sensato ejercicio. Optimistamente, debemos agradecer a Dios por bienes invalorables como la salud de los nuestros. Celebrar el milagro de la vida dándoles lo mejor mientras los tengamos con nosotros para no lamentarnos el día que deban partir. La hermana Amalia Muñoz (lo más cercano a la santidad que he conocido), venció un cáncer terminal a costa de fe y optimismo. En las buenas épocas que asistí a su comunidad nos enseñó un ritual de fin de año muy significativo. Después de un momento de reflexión y auto análisis, escribíamos en un papelito lo bueno que debíamos acrecentar, y en otro lo malo que trataríamos de vencer. Quemábamos este último con el firme compromiso de superación. Lo escrito en el otro papelito lo ofrendábamos a Dios, pidiéndole fuerzas para ser mejores en el año que llegaba. Amalia partió a España, pero sus enseñanzas calaron hondo. Quizá no he logrado dar la talla que esperaba de mí, pero bendigo a la vida por la maravillosa experiencia de conocerla y aprender mucho de ella. Por todo esto y por mucho más ¡FELIZ AÑO NUEVO!

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