viernes, 23 de octubre de 2009

AMAR EL SILENCIO

Perdido entre las cosas antiguas, entre aquellas que nunca conocimos y cuya sola mención nos aterra, mora pacientemente el silencio esperando compartir con nosotros su quietud. Le evitamos porque lo hemos asociado con el tedio de los días grises, o con la melancolía de la inocencia perdida. Por el contrario, el bullicio es quien reina y aturde nuestros días y, por extensión, nuestras almas, convirtiéndonos en autómatas y en esclavos del tumulto.Quien no conozca el paraíso de unos ojos radiantes que nos miran y unos labios que nos dicen sin hablar cuanto nos aman, no conoce los picos máximos de la dicha. Aquel que no haya disfrutado de una noche de estrellas, escuchando sólo el sonido de la naturaleza en la forma del chirriar los grillos, nunca ha acariciado el terciopelo de su espíritu ansioso de dulce sosiego. Sí, ni siquiera, ha escuchado la débil respiración de un bebé mientras duerme y nos comunica, con su inocencia, que Dios existe, definitivamente tiene petrificada el alma.La música más excelsa (Mozart, Beethoven, Chopin) no es otra cosa que silencio dotado de melodía. Escuchas la novena sinfonía e inmediatamente sientes como si las notas brotaran de tu propia naturaleza, y el don de estos genios consiste precisamente en mostrarnos el camino hacia ella. Silencio tantas veces vestido de ansiedad por nuestra miseria espiritual, ayúdanos a encontrar la comunión con lo hondo y elevado de nuestro ser.

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