martes, 19 de enero de 2010

LAS CHICAS DEL MERCADO

Me gusta ir al mercado para mirar a las chicas que trabajan atendiendo en los puestos. Con su atuendo breve o ajustado se esfuerzan por atraer a los potenciales compradores. Basta que mires sus productos para que, con una sonrisa, te digan: “Ven amiguito, sin ningún compromiso”. Si te detienes, puedes conversar brevemente con ellas y sacarles su número de celular, porque eso sí, no pueden tener un sol en el bolsillo, pero nunca les faltará el   indispensable móvil. Casi todas provienen de las barriadas y ganan un sueldo de explotación. Están ahí hasta conseguir algo mejor. Por ello no es novedad que cada semana encuentres algunas nuevas, y extrañes a otras ya  ausentes. Su exuberancia  y su sonrisa son sus mejores cartas de presentación para acceder a un trabajo mejor. Aquí no cuentan los grados académicos, ni el currículum vitae. En ellas se observa una forma de ascenso sólo estético y sensual. Las no agraciadas están excluidas desde el comienzo. Únicamente las bonitas son contratadas. Algunas terminan cómodamente casadas y suben de estatus. Otras - las más bellas y vulnerables - dejarán su juventud en algún burdel con careta de bar. Claro que una buena parte de ellas (las emprendedoras) ahorran para estudiar, o hacerse de su propio puesto de mercadería. Qué duda cabe, el sistema convierte a estas chiquillas en objetos de adorno, en anzuelos para atraer clientes. Expresan la cosificación de la mujer en función a su belleza física. Sin embargo es inevitable embelesarse con su fresca juventud. Quizá el milenario cazador de las cavernas que habita en nosotros intenta despertarse, pero toda esa pulsión es sublimada para aflorar en relatos como éste. Por ello, seguiré acudiendo al mercado...

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