viernes, 24 de junio de 2011

EL ATRACTIVO DE LOS GRANDES DERRIERES

Es típica la imagen de un hombre regresando a mirar a una mujer de llamativo derriere. Ella lo sabe y suele lucir con orgullo este centro de interés recibido de natura. La pregunta es: ¿Por qué a los hombres les atrae poderosamente la parte trasera de una mujer? Veamos. En los albores de la humanidad el homo sapiens descubrió que las mujeres de caderas más anchas tenían mejores condiciones para procrear a los hijos. En esas épocas el hombre era presa fácil de las fieras, mucho más fuertes y ágiles que él. Entonces la naturaleza escribió en sus genes (como en todas las criaturas) la imperiosa necesidad de la supervivencia de la especie más allá del individuo. Consecuentemente, nuestros ancestros buscaban mujeres de nalgas generosas para copular y tener descendencia. Similar deseo despertaban los bustos prominentes, pues alimentarían abundantemente a los retoños, y crecerían fuertes y sanos. Así hasta llegar a nuestros días.
La cultura, y especialmente la religión judeocristiana, devaluaron los atributos del cuerpo, para exaltar los espirituales. Sin embargo, los mandatos genéticos ancestrales se mantuvieron y comenzaron a expresarse abiertamente durante el renacimiento, y más notoriamente durante la liberación sexual. La industria publicitaria descubrió (y degeneró) el inmenso potencial de unos exuberantes glúteos y bustos, convirtiéndolos en objetos sexuales, incluso desvinculados del concepto de mujer. De ahí a los pantalones y vestidos ajustados, la minifalda, hasta llegar a la ropa íntima pequeña que se luce debajo de una tela semi transparente y que opera como imán para los ojos de los hombres. Un pantalón blanco ajustado en el cual se nota claramente el pequeño triángulo que marca la diminuta tanga o el hilo dental es un perturbador atributo que puede poner un hombre a los pies de su dueña. El asunto de fondo que nos congrega es explicar las raíces que subyacen en el incontrolable impulso a mirar unas posaderas imponentes. No se trata únicamente del deseo de poseer a la mujer que las luce. Si fuese así, lo más lógico es que fijáramos nuestra mirada en la parte delantera, antes que en la de atrás. Insisto, estamos ante un llamado ineludible de la naturaleza para preservar la especie. Nuestros antepasados cazadores, miraban y luego tomaban a la mujer de amplias caderas que se presentaba a sus ojos porque tenía los atributos para convertirse en una saludable madre. Hoy, sólo las miramos, a veces embobados, recordando (quizá con nostalgia) al antepasado que bajó de los árboles y se hizo inteligente.
Una anotación final. La cultura light ha impuesto los cuerpos femeninos delgados y esbeltos, cambiando ligeramente nuestros gustos. Hoy no es indispensable que un derriere (o unos bustos) sean exuberantes e imponentes, basta que sean firmes, erguidos y redonditos para atormentarnos la calma y dejarnos con la codicia del bien ajeno y prohibido...

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