jueves, 21 de julio de 2011

AMAR A UNA MUJER ES HACERLE EL AMOR

Amar a una mujer es hacerle el amor. La frase, aunque redundante y trivializada, posee una fatalidad que llega hasta los huesos. Es la historia de un amigo, quien había llevado (esta historia) con sentido común y un poco de estoicismo. La había asumido como una verdad que no tenía porque ser determinante. El deseo y la pasión hace tiempo que se habían marchado para regresar sólo cuando el alcohol liberaba todas las barreras.

Amar a una mujer es hacerle el amor. No estando ebrio, sino como culminación de un juego de tiernas caricias. Es desear besarla toda para pasar al fuego indetenible de dos cuerpos que desesperadamente tratan de fusionarse en un templo de amor.

Es triste cuando estos impulsos se dirigen sólo hacia otra mujer (real o ficticia). Se anhela entonces llevarla lejos, allá donde el mundo no arroje primeras ni últimas piedras. Como un par de chiquillos entregarse al rito sagrado donde las lágrimas son de perfecta felicidad. Pero no puedes. El deber impone sus reglas, y sobre todo, no tienes derecho a lastimar a otro. Nadie merece sentir el hierro candente del temprano dolor.

Entonces, hay veces que es preferible dejar pasar el tiempo en el matrimonio. Mentalizarse positivamente, pensando que la vida conyugal no es un lecho de rosas. Es dar las instrucciones precisas a cada parte del cuerpo para que ejecute su guión. Es finalmente cerrar los ojos, soñando en un paraíso lejano, y entregarse al mero placer...

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