martes, 8 de abril de 2014

ENTRE LA INOCENCIA Y LA PASIÓN

Entre los quince y los veinticinco años la idea del suicidio rondaba mi mente. Creía castigar al mundo de manera tal que se lamenten de no haberme tomado en cuenta. Otras veces veía la autoeliminación como la expresión radical a mi espíritu inconforme y contestatario, al mismo estilo de Kurt Cobain y otros íconos del rock. En alguna época, influido por la literatura, quise predicar la elección del momento de acabar con la vida como la máxima expresión de libertad en el ser humano. Hasta se me ocurrió la idea de formar algo así como un club de suicidas voluntarios. Pensaba que llegado el momento en el que la existencia pierda todo sentido debía ponerse fin a ésta. Eso significaba que, cuando los demás te miren con lástima, tomar la decisión digna trascendental de decir adiós para siempre.
Sin embargo ahora me da miedo morir y trato de encontrar una explicación a este cambio. Mirando en retrospectiva, me veo como un ser solitario. Marcado por el desamor y la melancolía, aunque ambos generaban estados de inspiración poética. (“Los dioses tejen desdichas en los hombres para que después tengan algo que cantar”). Hoy, cuando me lleno de ternura al ver reír y jugar a mis pequeños hijos, descubro que ha llegado la felicidad en la forma de la inocencia de unos seres que me prodigan el más dulce amor. Y entonces no quiero por nada del mundo perderme esa maravillosa experiencia, y, me da miedo morir. He llegado a desear seguir a su lado tan vivamente que, a la menor señal de alguna dolencia en mi organismo, acudo al médico para aliviarla. Cualquier posibilidad de enfermedad degenerativa, me angustia enormemente, pues no quisiera envejecer y sentirme limitado o inútil para con ellos…
A todo esto, pienso y concluyo que el temor a la muerte es la contraparte de la dicha terrenal en grado sumo. Y es que cuando se llega a alcanzar (aunque no permanente) una felicidad casi mística, nacida de la ternura de contemplar reír a los hijos; se llega a amar la vida al extremo que surge el miedo a morir. Es diferente a cuando se está enamorado y la felicidad se presenta en picos de embeleso sensorial, pero también en abismos de melancolía cuando ese amor se agrieta. No digo que una dicha sea mejor que la otra, pero ésta última, sin duda, no trae consigo el temor a la muerte. Sucede que ese intenso movimiento pendular entre el amor y el desamor no deja espacio para filosofar sobre el valor de la vida. La pregunta que surge entonces es ¿Pueden convivir ambos tipos de felicidad? Es decir, ¿se puede amar apasionadamente a una mujer, y al propio tiempo solazarse al compartir la inocencia y la ternura de unos hijos que van creciendo? Me dirán que es perfectamente factible y que muchas familias felices son la prueba de ello. Sin embargo, no me refiero a felicidad como sinónimo de sosiego y de estabilidad, sino a la mágica sensación de que el paraíso se encuentra en la tierra. Pienso que tal vendaval de ventura llega a quebrantar los frágiles cristales en los que está envuelta la vida. No obstante, creo que se pueden alternar periodos sucesivos de sentir la pureza de la plácida dicha infantil, con otros apasionados momentos con la mujer amada, marcadas por un erotismo elevado a cúspides de embelesamiento existencial. Sin embargo, y allí llegamos a la cuadratura del círculo, no quisiera perder nunca la luz de la estrella de jugar con mis hijos, y eso me lleva nuevamente a despertar ese miedo a que la muerte llegue, justo cuando me acerco a mi máxima realización vital…

sábado, 5 de abril de 2014

EL VESTlDlTO BLANCO



Él besó su vestido de blanca seda en la parte que da justo al pubis. Lo hizo con la más tierna devoción y también con emocionada gratitud. No había ningún halo de malicia. Apenas tenía trece y ella quince. Mientras se embriagaba con el angelical aroma de la nívea seda del vestido, experimentó la más profunda y abstracta elevación mística. Ansiaba quedarse a vivir ahí para siempre, embelesado en ese paraíso donde desaparecían los miedos y las culpas. Sintió detenerse el tiempo, y ni siquiera se percató de las manos de ella, que acariciando su cabello, le decía que debía irse. Tuvo que tomarle el rostro suavemente, y de paso alcanzar a ver las lágrimas en sus ojos rojos. Luego sintió que su fino vestido también estaba humedecido, pero no sólo de lágrimas. Entre avergonzada y feliz, se marchó a su casa y besó dulcemente el vestidito en la parte húmeda. El se lavó la cara en un caño y tuvo la hiriente sensación que ya nunca volvería a ese cielo de esa idílica inocencia. De ese entonces le viene la obsesión por el color blanco en la ropa femenina. Pero eso es poco, de ese entonces también le vienen las ganas de llorar cuando ve a una chica con vestido de seda blanca...

ANTERIOR A TU AMOR













Existías ya 
en los confines de mi ser
antes de que te materialices,
con esa tu embriagadora piel, 
que mis manos ansiarán 
hasta la inmovilidad de la muerte. 
Y te declaré mi amor, 
cuando envuelta llegaste
en la cristalina frescura,
del vestidito de tu púber hermana
pintado de fresca primavera. 
Y me dijiste "NO" con esa inexpugnable risa,
que no admitía insistencias. 
Entonces te seguí buscando, 
en la mirada sacrosanta
de otras  redentoras samaritanas,
pero sin la invitación a pecar de tus labios. 
Ahora pienso que tenías el poder 
para decidir mi desdicha,
con sólo negarme tus besos.
Ahora salgo a la calle y te busco,  
entre la multitud te descubro, 
y vuelvo a poetizarte con la mirada, 
pero TÚ, indiferente y altiva, me dejas, 
con la huérfana sensación
de lo ajena que nos resulta
la inmortalidad de las divinidades.
Por ello esta noche, vuelvo a celebrar 
el nácar del tesoro de tus muslos,
dueños de la absoluta hermosura,
prohibida para mis anhelos post primaverales; 
y también vuelvo a recrearte, 
con la radiante sensualidad, 
que en mí se convierte en desgarrada quimera,
de mi alma huérfana de tus labios...

CULPA E INOCENCIA

A pesar de los años sigues tan vigente como si ayer te hubiese conocido y amado. Tu ángel restableció la inocencia en mi, convirtiendo el sexo en un accesorio prescindible, e incluso trivial. Nuestro idilio se edificó de miradas, risas, divertidas pláticas y aquellas caminatas donde tu mano era el premio más grande por "haberme portado bien". Incluso me encantaba como me regañabas tiernamente. Sin embargo, algo se quebró aquella noche en que ya no resistimos al impulso de "adultas" caricias. Entonces te marchaste triste a tu casa y yo confundido a la mía. Habíamos trasgredido la frontera de la pureza de nuestros ojos y la culpa se instaló como una estaca en el corazón. Te alejaste de mi dejando ese vacío que hoy trato de llenar como una redención a mi alma huérfana de tu encanto. Por ello, a estas alturas pienso que (al menos entre nosotros) el adiós es una pérdida antes que una ausencia. Pues un día nos conocimos y comulgamos en una misma sensibilidad que nos sacó de la pobreza de la realidad y creó para nosotros un maravilloso universo construido de inocencia...
Se ama para mañana tener hermosos recuerdos. Aunque lastima un poco, es lindo evocar momentos y emociones bellas. Con el tiempo el corazón se vuelve generoso y no pide retribución a cambio, pues es feliz en los confines de los sueños y de las nostalgias...

ADICTO A LOS AMORES ESTOICOS

El cielo nublado cubre mis noches, mientras te busco para restablecerme de la temprana frustración. Esa que marcó con hierro candente el final de la inocencia...
Era casi al clausurar la primaria, cuando me dijiste: “eres muy niño para mí”, y los muchachos que lo escucharon rieron toda la tarde. Sin querer instauraste en mí ese mismo desamor que me haría poeta (aún en el iluso mundo de la fantasía). La rabia y el llanto me dijeron esa noche que la belleza tiene el precio del dolor. No alcancé a comprender esa crueldad para conmigo, pero ahora lo tengo claro. Era tu mártir misión enseñarme que el camino hacia la dicha no está poblado de rosas. Incluso alcanzo a visualizarte triste por haberme lastimado arteramente, sin comprender que ese fue también tu inexorable destino...
Y así, adicto a la belleza y a los amores estoicos, mi pluma fue aprendiendo el arte de escribir a las diosas que llegan para hacerse amar y luego marcharse…
Y ahora estoy repitiendo la historia. Reactualizando el tiempo contigo, luciérnaga de la penumbra de mi nostalgia. Volviendo a adorarte a ti, amor estoico. Resistiendo el dolor de tu beldad. Condenado o bendecido a perseguir esa ternura incandescente. Aquella que lastima un poco, pero crece inmensurablemente en las tardes de ocaso o en las noches de estrellas juguetonas… 
Pero sé que no vendrás, pues tus cálidas caricias exigen duras renuncias y dolorosas pérdidas. No es acaso que las almas se entienden al margen de nuestras voluntades. ¿Por qué, como dice la gente, no es suficiente con amar?