sábado, 18 de octubre de 2008

SOBRE REGALOS E INOCENCIA

Con Patty (mi primer amor) solíamos entrar a las tiendas y hacer travesuras para reír como locos. Éramos demasiado jóvenes aún y transgredir la norma era la autoafirmación más vital y emocionante. No sentíamos culpa a pesar de escandalizar a más de uno relatándo nuestras aventuras. Pasó el tiempo y otros amores – como a todo el mundo – me regalaron inmensos momentos de dicha, pero a veces extraño esa época donde nos importaba poco lo que los demás pensaran...
Llegado el día cuando lo más incómodo es que te pregunten "¿Cuántos cumples?", intenté volver a esos días so pretexto de la celebración. Después de tanta insistencia, mi más audaz y cómplice amiga accedió a ser mi “regalo” y así ambos recobrar la inocencia perdida. No relataré lo que sucedió, pero hubo mucho más de infantil juego y ternura que de pasión. La adrenalina de lo prohibido fue lo que nos devolvió mucho de la libertad y del brío que dormía esperando una ocasión.
Ahora comprendo que la vejez es de algún modo el miedo a cruzar la frontera que nos devuelve a la inocencia. Pasan los años y nos hacemos esclavos de la opinión ajena. Perdemos esa intensa rebeldía que nos hace sentir capaces de mandar al diablo todo y no morir en el intento. 
Ser adulto es actuar de acuerdo a los imperativos de la conveniencia social y del decoro, pero al mismo tiempo es deshumanizarnos. Si gritamos o saltamos en medio de la calle nos dicen locos y nos lo creemos. Los niños son libres e inocentes porque aún no han sido contaminados por el “que dirán” y me pregunto ¿NO ES REGOCIJABLE DEJAR LA MÁSCARA DE LA ADULTEZ, SIQUIERA UN DÍA, Y REGALARNOS AQUELLO QUE EL MORALISMO REPRIME?

No hay comentarios: