viernes, 26 de agosto de 2011

HISTORIA DE UN IDÍLICO ENCUENTRO (enviado por colaboradora anónima)

No puedo recordar con exactitud, cómo es que nos conocimos, sólo sé estabas ahí, puesto como por la mano de Dios para alegrar mi alma solitaria justo cuando pensaba que ya más nada importaba.
Había sido un año lleno de angustias y desesperanzas. Todo aquello que representaba felicidad para mí simplemente había desaparecido del horizonte. De pronto, caminando sin rumbo por un concurrido centro comercial estabas tú. Quizá me miraste primero, tal vez lo habías planeado, o fue el universo que conspiró. Tan sólo sé que salió muy bien.
Yo miraba un anillo muy bello en el escaparate de una tienda, y una voz tan especial me dijo: ¿Le gusta? Es un modelo único tiene un fino brillante y es además muy pequeño parece hecho justo para su mano. Su voz me sorprendió. Su amabilidad, sus ganas de mostrarme el hermosísimo anillo. Quedé hechizada de pronto por una fuerza divina. Simplemente ingresamos en la tienda y pidió me mostraran el anillo.  Efectivamente estaba hecho justo para mi delgado dedo. Me dijo lo hermoso que me quedaba y si lo quería llevar. Pedí me disculpara, pero no podía llevarlo, pues era demasiado caro para mí. Insistió, pero no se percató que sólo estaba probando su capacidad de hacer cosas por mí y para mí. 
Le agradecí por todo y salí algo aturdida por lo sucedido, ¿Quién era ese hombre que había causado ese temblor en mi cuerpo tan solo con escuchar su voz?
Estaba nuevamente caminando distraída por el centro comercial cuando sentí una mano sobre mi hombro. Regresé a mirar y era él una vez más diciendo ¿Me permitirás invitarte un café? Me asustó un poco su insistencia, pero esa fuerza extraña me hacía seguirlo. A partir de este momento todo siguió tan fluido como en una dulce historia.
Nos sentamos en una pequeña mesa con vista a una tienda de mascotas. Le dije -  hola soy María Lucía – presentándome formalmente - María lucía soy Antonio – respondió él. - ¿Pero te has salido del trabajo? - le inquirí, - ¿O estás fuera de turno? - sonrió y me dijo -  yo no trabajo en la joyería. Lo que sucede es no sabía cómo acercarme a ti -. No dejaba de mirarme a los ojos mientras me confesaba todo esto - Estás loco - dije y empecé a reír -. No entiendo por qué reía. Tal vez eran los nervios, o tal vez por su audacia. El hecho fue que empezamos a reír juntos. 
Tomamos unos cafés, el mío express y el suyo americano. Aún puedo sentir el aroma del delicioso café revoloteando alrededor nuestro como conspirando para que algo pase.
Conversamos de tantas cosas. De nuestras vidas. Era como si nos conociéramos de antes, y tan sólo el lugar y el momento estaban esperando para que nos juntáramos. Sin darme cuenta el tiempo había transcurrido. Dos horas conversando. Miré el reloj discretamente para saber la hora -. ¿Pero ya te tienes que marcharte? – Preguntó - Disculpa he robado mucho de tu tiempo - Sonreí y le dije - nada de eso, has alegrado mi día, pero sí debo marcharme, tengo cosas que  hacer -.
Intercambiamos números de celular y prometimos llamarnos. Salimos del café y me acompañó hasta una de las puertas principales del inmenso centro comercial. - ¿Sí  quieres puedo llevarte? - me dijo. Le agradecí y le respondí que  prefería caminar, pues eso me ayudaba a pensar –. Bueno -, dijo él. Al despedirnos y al querer darme un beso en la mejía, nuestros labios se rosaron sin querer. - Disculpa - dijo él y yo sonrosada dije - No, no hay problema - y empecé a reír, alejándome, siguiendo riendo sin saber porqué.
Habían pasado algo de 10 minutos desde que nos despedimos y mi mente no dejaba de pensar en Antonio. Ese hombre encantador que había conocido estaba ya cerca de mi departamento cuando mi celular empezó a sonar. Era él. – Hola -, me dijo con esa voz tan especial, varonil, fuerte y atractiva. - Sólo te llamaba para invitarte a cenar esta noche. ¿Podrás o tienes algo que hacer? – No, no tengo nada – respondí casi automáticamente. - Entonces te paso a buscar a las ocho y media - Pero ¿no conoces mi casa - le dije ingenuamente sin darme cuenta que me había seguido y estaba tras de mí. -  Da vuelta - me dijo, y al voltear estaba él. Sonriendo  me dijo que no quería perderme. Reímos nuevamente, y me dijo me recogería a la hora pactada. Me dio otro beso en los labios. Me quedé helada, pero me gustó. Reí nuevamente y entré a mi edificio.
Toda la tarde la pasé pensando en Antonio. ¿Quién era ese hombre divino que había aparecido de la nada y que parecía estaba predestinado para mí? Era hora de prepararme para mi cita. Había olvidado preguntar el lugar al que me llevaría. No sabía cómo vestir y me daba pena llamar para preguntarlo. Eran casi las siete  cuando sonó el celular y su voz me dijo ponte un vestido que iremos a un lindo lugar. Era genial. Había leído mis pensamientos y respondía a mi pregunta, pues no quería estar mal en cita con él.
Me había puesto mi vestido verde oscuro. Era de una seda muy suave con unas “tirillas” finísimas que caían sobre mis hombros. Llevaba un escote muy sutil por delante que dejaba apenas ver el comienzo del busto, pero que invitaba a desear  saber que más había allí. Por la espalda un profundo escote que llagaba casi hasta la cintura. Se cogía apenas con un finísimo broche que hacía juego con los zapatos plateados. El cabello suelto y rizado. Poco maquillaje para no verme recargada y a esperar poder saber algo más de Antonio, mi príncipe encantador.
El timbre sonó a las 8:30 en punto. Estaba algo nerviosa al abrir quería causarle buena impresión. Al abrir la puerta me miró de pies a cabeza y dijo: justó como te soñé, estás preciosa María Lucía. Vamos, sé que te va a gustar el lugar. Llegamos hasta una casa hacienda, casi saliendo de la ciudad. Había muchos jardines y en uno de ellos al centro una mesa arreglada justo para nosotros. Flores alrededor aromatizan el lugar. La luna asomaba poco a poco. Las velas en la mesa. El vino y la comida fueron servidos por una dulce mujer quien tenía una dulce sonrisa en los labios. Me quedé maravillada de todo lo que sucedía. Conversamos y reímos mucho nuevamente. Él era historiador. Había escrito muchos libros sobre la cultura peruana. Amante de la buena música y del arte andino. Pero sobre todo era un hombre que parecía haberme estado buscando. En una de sus investigaciones y me había descubierto. Era como la otra parte de mi alma. Ese pedazo que tanto me faltaba.
Al terminar la cena me propuso bailar. Miré alrededor buscando la música. Sacó un pequeño control remoto, y la música apareció. Eran boleros muy antiguos que habían sido adaptados al jazz. Bellos y románticos.  Era un hombre interesante. Parecía saber muchas cosas y estaba dispuesta a aprender de él. Detuvo por un momento nuestro baile sirvió una copa de vino y me dijo: - por haberte podido encontrar -. Yo simplemente pude decir: - ¡Porque siga conspirando el universo! -.
Me tomó entre sus brazos y poco a poco fue acercándose cada vez más a mí. Podía sentir uno de sus dedos acariciando mi espalda y poco a poco, pues estábamos demasiado cerca uno del otro. Su mano suave acariciaba toda mi espalda podía sentir el latir de nuestros corazones de lo cerca que estábamos. Aspirando el aroma de mi cabello me dijo - que delicioso perfume el de tu cabello – mientras descendía por mi cuello   causándome una emoción tan grande que me hacía estremecer. El aroma a chocolate que llevaba había causado una magia excitante entre nosotros. No dejaba de recorrerme excitando mis sentidos. El deseo de que me besara era  cada vez más fuerte. Lo hizo. Primero muy suavemente, y luego con fuerza, con pasión, y hasta con desesperación. La misma que había originado en mí.
Estaba segura que había leído hasta mi último pensamiento. Mis ganas de sentirme amada por él, de sentirme poseída, de sentir que él era esa parte de mí que había estado perdida en algún lugar del mundo, y que por fin la había encontrado. 
Caminamos por el jardín Antonio me mostraba el lugar. La luna hacía que todo se viera tan claramente. Otro hermoso bolero sonaba en el equipo. Juntamos nuestros cuerpos y bailamos. El baile, el lugar la música, el momento. Todo era perfecto. Me miró a los ojos y me dijo - gracias por dejarme encontrarte -. Nos besamos, primero con dulzura, luego la dulzura se fue tornando en pasión, y hasta en desesperación. Queríamos comernos uno al otro, poseernos, amarnos hasta lo más profundo de nuestro ser. Beso mi cuello, mi espalda. Bajó las tirillas que sujetaban los hombros y poco a poco llego hasta mis pechos. Los besó como si fuera un niño. Saco el broche e mi espalda. El vestido se deslizó suavemente. Le saqué la corbata y la camisa como jugando con él. Desabroché su correa y su pantalón, y así poco a poco lo saqué. Su piel y mi piel al juntarse se estremecían. Por momentos pasaba como una fuerte corriente eléctrica. Nos amamos en el enorme jardín. Creo que hasta desgastamos nuestros labios de tanto besarnos. Una tenue brisa fría llegó hasta nosotros. – Ven - me dijo, e ingresando hasta la casa me llevó a su cuarto. Era un hermoso dormitorio revestido en madera. La amplia cama tenía sábanas blancas de seda. La música parecía seguirnos a donde fuéramos. Me cargó y me llevó hasta la cama donde nos amamos con desesperación, con locura. ¡Con amor!.. No necesitamos más tiempo.  Sabíamos que nos habíamos encontrado y que jamás nos separaríamos…

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