sábado, 10 de septiembre de 2011

SOBRE EL PERDÓN

Recuerdo una memorable escena del film 'La lista de Schindler'. Mientras bebe con el sádico comandante nazi de los campos de concentración, el industrial benefactor lo instruye sobre el poder. Después de escucharlo alardear sobre la cantidad de judíos que ha matado, Oskar Schindler le explica que el máximo poder no se demuestra quitando la vida. Cualquiera puede matar – le enfatiza- pero perdonar la vida, incluso a quien no la merece, eso es verdadero poder y, además de Dios, sólo lo tenían los emperadores romanos, con el simple hecho de levantar su pulgar.
En los días siguientes, el nazi explora esta dimensión del poder y perdona una vez. No obstante, su pequeñez moral complota contra su nonata redención. Le cuesta mucho perdonar y continúa ejecutando a cuanto judío se cruza en su camino. Y es que el verdadero perdón es sólo un atributo de almas grandes. De espíritus con el poder que confieren la paz de conciencia y el amor. La mayoría de los mortales somos demasiado pequeños para perdonar. El resentimiento y el ansia de revancha se apodera de nosotros ante la más nimia de las bromas que resultamos considerando como ofensas.
Y así vamos por la vida esperando el momento de pasar la factura a quienes “nos hicieron una”. Nos amargamos, perdemos la amistad de personas de quienes podemos aprender y disfrutar mucho. Pero lo verdaderamente tonto es que el mayor daño nos lo hacemos nosotros mismos.
Me cuesta decir esto, pero, algunas noches la madrugada me ha sorprendido recordando viejas o insignificantes ofensas. Incluso algunas de personas realmente nobles y generosas. Sin embargo, carezco del valor de tomar el teléfono para decir un simple “lo siento”. Un orgullo tonto y autodestructivo se pone la máscara de la “fortaleza” y logra convencerme para seguir masticando mi amargura.
El perdón es un acto de grandeza interior que nos impulsa a abrazar a quien nos dañó o quiso hacerlo. No es aprobar sus acciones (erradas o no), ni menos ceder a sus propósitos. Se trata de liberarnos de la miseria afectiva que nos mezquina la paz interior. En pocas palabras, además de su elevado sentido moral y religioso, es una expresión de salud mental. No olviden mis palabras. Se lo dice alguien que aún no termina de aprender a perdonar…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuánto nos cuesta perdonar a quién nos lastima, o darnos cuenta que hemos ofendido, pero cuando pasa el tiempo(los años) nos damos cuenta ,que necesitamos a esa voz que nos diga te perdono y perdoname...eso quisiera yo escuchar o leer solo para sentirme muy bien.