miércoles, 19 de marzo de 2014

MISTICISMO

Esa noche me nutrí de naturaleza pura y fresca, y de relajante música. Contemplaba el río desde el mirador del puente recién inaugurado con los audífonos puestos. Me sentí poseedor, acaso inmerecido, de la dicha de unirme al universo. El aire fresco en el rostro, las luces que se reflejaban en el agua, el cielo donde comenzaban a jugar las estrellas. Todo se había conjugado para que sea feliz. Entonces me miré, desposeído de bienes materiales, pero dueño absoluto de la libertad de quedarme el tiempo deseado en ese éxtasis sensorial, y te recordé a ti, mujer experta en gobernar mi corazón. Es verdad, extrañé tu aroma, pero no hubo la hiriente sensación de la orfandad del alma, como aquella vez cuando me dijiste adiós. La paz con la que naturaleza me inundó, hizo que tu ausencia doliera sólo un poquito...
Si quisiera filosofar, tal vez diría, que la ancestral comunión con la naturaleza nos otorga el más pleno sosiego. Si me sumergiera en el misticismo, quizá sentiría a mi rostro, a mi organismo, a mis átomos, beber de la sabia del cosmos ofrendado a mí en  bello paisaje...
Y a ti, mujer, que te llevaste mis sublimes sueños. A ti, te volví a amar, sin angustia ni desesperación. Como se añora a un amor lejano al escuchar una canción. Estaban allí los viajes a la playa, las risas, las locuras. Ese cachorro que encontramos juntos, y  curamos y cuidamos hasta que se hizo adulto. Pero no estaban más (ni quería que estuviesen), las lágrimas ni las heridas...
Entonces te amé. Con ese amor de los ocasos. Triste, pero bello. Que es el mismo que siente el sol de la tarde hacia la mar...

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