viernes, 12 de septiembre de 2008

TEMOR A LA SOLEDAD

Algunas veces somos infelices porque no estamos habituados al silencio y a la soledad. Ambos los sentimos como un insoportable martirio, simplemente porque somos esclavos de las imágenes, del bullicio y de las luces. La frase “estoy aburrido” es una forma de decir: “quiero salir, a bailar, o a comer”, “me falta alguien para chatear”, o “no hay nada bueno en la televisión”. En el fondo le tenemos pavor y huimos de nuestro mundo interior. A veces porque nos encontramos con la nada, o lo que es peor, con ancladas culpas, rencores y resentimientos que hieren nuestro corazón.  Por ello debemos sumergirnos en los abismos de nuestro  alma, pero no para quedarnos ahí, sino para sacar a la luz aquello que nos martiriza. Quizá entonces descubramos que no es tan terrible como pensábamos. Y es que, a veces, somos exageradamente inclementes con nosotros mismos. Debemos tener la convicción que es psicológicamente sano aprender a perdonarnos, para luego perdonar a los demás.
La soledad y el silencio serán bellos sólo cuando descubramos el inconmensurable mundo de los sueños creativos y de los sublimes recuerdos. Cuando de los confines del ayer y del mañana brote poesía, plasmada en cualquier obra, habremos aprendido a llenar el vacío. Entonces el presente (la vida) se edificará sobre las enseñanzas del pasado y sobre los ideales del futuro. En ese momento, quizá sin darnos cuenta, descubriremos el enorme manantial de felicidad que nos hemos estado perdiendo.  

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