miércoles, 17 de septiembre de 2008

COSIFICACIÓN DE LA MUJER

Parece mentira pero no comprendemos el sustrato inconciente de muchas palabras que decimos cotidianamente. “Mi papá”, “mi amor”, “mi camisa”, tienen en común el adjetivo posesivo “mi” que denota propiedad. Todo parece normal. No obstante cuando se trata de algo valioso, nos invade el egoísmo y esa propiedad se torna exclusiva y excluyente, surgiendo los celos producto del temor a perderla. Lamentablemente no termina ahí el problema, pues si nos dejamos llevar por el apasionamiento, involucionamos hacía la tiranía, maltratando e hiriendo a quien nos “pertenece”.Sucede que hemos cosificado al ser amado, olvidando que tiene algo maravilloso: sus afectos o emociones, y así como tiramos al guardarropa la camisa que ya vestimos, hacemos lo propio con las personas.El origen de esta equiparación de la persona al objeto, depende mucho del criterio de elección de ésta. Cuando compramos ropa, optamos por la más bonita, materialmente hablando. Esto funciona con las cosas, pero no con los seres humanos, sencillamente porque éstos tienen conciencia, libertad y sentimientos, causándoles dolor al tratarlos como objetos.Liberarse de este sentido de posesión material de las personas parte de valorarlas, respetarlas y sobretodo AMARLAS EN EL MÁS ALTO SENTIDO DE LA PALABRA. Esto significa construir relaciones de igualdad, de horizontalidad y reciprocidad. Nadie es superior a nadie, nadie maltrata a nadie y sobre todo, simbólica y románticamente hablando: “TU ERES MÍA, ASÍ COMO YO SOY TUYO”

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