lunes, 15 de septiembre de 2008

¿ENCANTO O BELLEZA?

Siempre que vamos a una fiesta observamos a una dama cabizbaja o aburrida, porque nadie la invita a bailar.Generalmente se trata de una señora, pariente de una de las agraciadas jovencitas que son disputadas en cada “pieza”. Otras veces, y es más patético, la infortunada también es joven, pero físicamente poco favorecida, y su drama aumenta si hay menos danzantes varones (“es mayor la oferta que la demanda”). Se trata de la cruel competencia darwiniana en plena acción. “Sobreviven los más aptos”, en este caso las más bellas – no olvidemos que vivimos en la dictadura de la videocracia – por aquello de que “todo entra por los ojos”.Esas situaciones son una evaluación patente de la magnitud de nuestra autoestima. Está claro que – inconcientemente – uno valora y busca aquello de lo que carece, o cree carecer para ser más preciso, ergo, bailamos con las “bonitas” porque en el fondo nos percibimos “feos”.Cuan equivocados estamos confundiendo “belleza” con encanto (algunas veces ambos se juntan). Lo primero es externo, frío, superficial, frívolo y no se puede disfrutar. Lo segundo es nada menos que la belleza interior que aflora en una mirada, en una sonrisa, en una palabra y alimenta deliciosamente al espíritu.Si la dama, a quien no sacamos a bailar, supiera esta verdad, lejos de sentirse humillada, constataría que no se pierde nada bueno, pues en esa fiesta, no hay caballeros, lo suficientemente inteligentes y sensibles (no suelen frecuentar las fiestas) que merezcan su atención o su encanto.

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