domingo, 11 de mayo de 2014

LA NOCHE DE LOS DONES


Ella recién había ingresado a la universidad y yo era presidente del Centro Federado de mi facultad. Habíamos organizado una fiesta para recaudar fondos para comprar libros. Terminadas las coordinaciones y trabajos de la fiesta, bebí casi una cerveza yo solo para envalentonarme, y me escurrí hasta la pista de baile tan sólo para sacarla a bailar. Vestía ese vestidito floreado que se agitaba sobre sus piernas, pero nunca dejaba ver lo que anhelábamos casi todos en la universidad. Entonces ni siquiera le di tiempo para duda. La miré a los ojos y a los segundos ya estábamos junto a las demás parejas. Esa tarde - noche me convertí en el ser más afortunado de toda la universidad. Si bien gasté dinero para poder tratarla como una reina, al final logré mi cometido, llevarme a la chica más codiciada de toda la fiesta (quizá exagere un poco, pero así lo sentía). Fuimos a su casa. Me hizo esperar casi una hora, pero salió más esplendorosa que nunca, y ahí me percaté que tenía más de un vestidito floreado. Me contó entre risas que ya se había dado cuenta que siempre la quedaba mirando, pero que aunque a ella no le interesaba la política, sentía curiosidad por conocerme…
Esa noche las cosas fluyeron solas. Como movidas por una fuerza cósmica, todo funcionó de maravillas, pero un pacto de honor me obliga a no revelar detalles de nuestro encuentro. Sólo diré que esa noche me embriagué con los labios perfectos. Húmedos y carnosos se entregaron para mi insaciable sed de amar a lo largo de dos horas, las cuales sentí como dos minutos. Su cuerpo junto al mío, se elevó al elixir sagrado para mis pulsiones de universitario. La amé con la devoción por lo celestial, pero también con la premonición de que no podía ser real tanta belleza, y no me equivoqué. Llego aquí a la parte más dura. La sagrada cumbre de esos momentos se derrumbó hacia el abismo de la desolación al escuchar sus palabras. - Tengo mi enamorado - me dijo como quien despierta de un sueño, - y somos pareja desde los quince años, él ya se va a graduar de ingeniero, y el año que viene pedirá mi mano. Nuestras familias se conocen, y para ser sincera, yo también lo quiero mucho -. Sentí un golpe que luego se convirtió en hielo en toda mi sangre. Le supliqué, le lloré, me arrodillé ante ella, pero la determinación era indeclinable. Me consoló, llamó un taxi y me embarcó hacia mi casa…
Esa noche me fueron otorgados los dos extremos de la vida. El goce más grandioso, y el dolor más hiriente jamás superado. Hoy después de varios años aun sigo recordándola y preguntándome si acaso no fue un sueño que adquirió la solidez de la realidad para luego desvanecerse nuevamente en el territorio de lo ideal, de lo maravillosamente soñado por mis veintitantos años…

MAMÁ EN EL CAMPO

Estos recuerdos son lejanos (las imágenes, más no las sensaciones). Tanto así que a veces me parece que es a otro niño, como en una película, a quien contemplo en sus primeros años cuando vivía en el campo. La casa hacienda estaba construida sobre una gran loma que según los campesinos había sido un cementerio de la cultura Vicús. Algunas tardes de fin de semana nos sentábamos sobre grandes troncos de madera y mi madre nos contaba historias bíblicas que despertaban nuestra imaginación. Mi padre llegaba ya avanzada la noche en su caballo, quien conocía el camino de regreso, pues no se perdían en plena oscuridad. Nunca nos sentimos solos en medio de los sembríos, escuchando sólo los animales de carroña. Desconozco si mi madre se sentía así, pero sí se aseguraba de ahuyentar la soledad de nuestro lado. Ella aún era joven y linda, y hoy me pregunto cómo una mujer así había llegado a vivir en un lugar donde no había diversión alguna. Bueno, la radio entretenía un poco, pero (mirando en retrospectiva) las noches de sábado y de domingo eran desoladas…
En realidad habría que trasladarse a esos momentos para leer con cierta certeza el corazón de mamá. Éramos tres hermanos entonces, y yo era el tercero, y por cierto el engreído de ella (y aún pienso que lo sigo siendo). Precisamente, mirando mis pequeños hijos, ahora entiendo que los niños son la felicidad en sí mismos. Corrijo y resalto la frase. “Si ellos son felices, también lo somos los padres”. Por ello mamá no necesitaba fiestas, ni paseos, ni regalos para ser feliz, pues nos tenía a nosotros para llenar su vida. Ahora, nosotros la tenemos a ella, y algunas tardes cuando voy a su casa y nos sentamos a conversar y a ver televisión juntos, vuelvo a sentir esa seguridad que de niño me despertaba su presencia…

jueves, 8 de mayo de 2014

LA FE DEL CORAZÓN

Ella tenía treinta y era la mujer más fogosa de esos lares. El tenía veinte y era de los muchachos de inocentes sentimientos. Ella lo amaba sin condiciones, que es lo mismo que decir era la más feliz de la pareja. Lo veía como a un niño. Se había enamorado de su traviesa ternura que tantas dulces sonrisas le había hecho brotar. Pero él conservaba aún algunas viejas culpas que lo hacían sentirse libertino cuando terminaban de hacer el amor. Pero no podía dejar de desearla con insaciable furor, y de nuevo corría a sus brazos. Luchaba contra esas ancestrales enseñanzas religiosas que lo llenaban de pecaminoso arrepentimiento y lo llevaban a acudir al confesionario todas las semanas. El cura, instruido por la doctrina, le exigió dejarla, pues de otra manera lo conduciría al infierno.
Por eso aquella noche había llegado para despedirse. La consigna, dictaminada por el cura, era no dejarse conducir al placer, pues perdería las fuerzas para terminar. Y ahora ahí estaban ambos mirándose. Ella con el deseo en la mirada, y él con la culpa en las pupilas. Conversaron, confesáronse sus temores. A ella le daba pena perderlo, y a él le daba miedo el infierno descrito minuciosamente por el cura. Ambos lloraron, se abrazaron, se consolaron. Por un momento llegaron a sentir que nunca podrían vivir separados. Ella, secándose las lágrimas le suplicó quedarse esa noche. Otorguémonos la última oportunidad, le dijo. Sabe Dios que lo nuestro no es algo que siente la gente todos los días. Eso implicaba, quizá olvidar el inminente final, o quizá tenerlo más presente que nunca para entregarse a la más inolvidable despedida. Sus cuerpos respondieron al desafío y se entrelazaron con la más candente desesperación. La locura, el desenfreno, tocaba los límites del ansia por poseerse y fusionarse en un solo ente. Pero llegados al clímax. Cuando debieron haberse abrazado y dicho cosas lindas, el silencio, aquel del que se quiere huir, se abrió paso, y él se marchó de prisa sin decir nada directo a buscar al confesor. Éste, después de escucharlo, dictaminó que la única solución era el claustro del monasterio. Sin embargo, eso no funcionó. Por las noches la extrañaba tanto hasta que logró escapar por las paredes. La buscó, la amó una vez más y ella juró desaparecerle sus culpas. No volvieron a separarse. Mientras tanto el cura todos los días buscaba a su joven seminarista, culpando a la pecaminosa que lo había “condenado” al infierno…

ARAÑANDO LA PLENITUD


Me miraste burlonamente antes de decirme que el amor se acaba como todo en la vida. Un escalofrío bajó de mi estómago hasta mis pies y sentí por primera vez la amargura de los amores frustrados. Hice un recuento rápido y el balance determinó que era yo el responsable principal de todo esto. Mi excesivo afán de sobreprotegerte había terminado por asfixiar tu vocación por la libertad. Hice un esfuerzo supremo y recobré el aplomo. No obstante, te veía (mi corazón te veía) más linda que nunca. "Todo ese paraíso voy a perder" pensé para mis adentros, pero no cometería el error de suplicar tu clemencia, pues eso siempre agrava las cosas...
Hagamos el amor sólo una vez más antes del adiós, dije fingiendo una seguridad y una audacia de la que carecía en ese momento. Lo aceptaste, quizá como una expresión de gratitud. 
Entonces esa noche nos amamos con desesperación. Las lágrimas (no sabíamos si de tristeza o de felicidad) mojaron nuestros rostros. Nos entregamos por completo intercalando momentos de salvaje pasión con otros de sublime ternura. No queríamos que ese instante termine. Entonces, en pleno éxtasis, nos sentimos arrebatados de la realidad espacio-temporal, y moramos en lo que los teólogos llaman la eternidad. Había leído que ésta consiste en la conversión del presente, del pasado, y del futuro en un único estado. Y eso fue lo que experimentamos. Dios que habita en la eternidad y que nos ama incondicionalmente, nos otorgó el inmerecido don de fusionarnos en un solo ser (no dos sino uno) construido sólo de sensaciones, donde lo místico y lo erótico dejaron de ser opuestos. El amor de ese instante, desprovisto de tiempo, fue tan grandioso que me está prohibido revelar que pasó después (si acaso se puede hablar de un después). Y para los incrédulos: ¿No dicen acaso que el amor lo puede todo?

martes, 8 de abril de 2014

ENTRE LA INOCENCIA Y LA PASIÓN

Entre los quince y los veinticinco años la idea del suicidio rondaba mi mente. Creía castigar al mundo de manera tal que se lamenten de no haberme tomado en cuenta. Otras veces veía la autoeliminación como la expresión radical a mi espíritu inconforme y contestatario, al mismo estilo de Kurt Cobain y otros íconos del rock. En alguna época, influido por la literatura, quise predicar la elección del momento de acabar con la vida como la máxima expresión de libertad en el ser humano. Hasta se me ocurrió la idea de formar algo así como un club de suicidas voluntarios. Pensaba que llegado el momento en el que la existencia pierda todo sentido debía ponerse fin a ésta. Eso significaba que, cuando los demás te miren con lástima, tomar la decisión digna trascendental de decir adiós para siempre.
Sin embargo ahora me da miedo morir y trato de encontrar una explicación a este cambio. Mirando en retrospectiva, me veo como un ser solitario. Marcado por el desamor y la melancolía, aunque ambos generaban estados de inspiración poética. (“Los dioses tejen desdichas en los hombres para que después tengan algo que cantar”). Hoy, cuando me lleno de ternura al ver reír y jugar a mis pequeños hijos, descubro que ha llegado la felicidad en la forma de la inocencia de unos seres que me prodigan el más dulce amor. Y entonces no quiero por nada del mundo perderme esa maravillosa experiencia, y, me da miedo morir. He llegado a desear seguir a su lado tan vivamente que, a la menor señal de alguna dolencia en mi organismo, acudo al médico para aliviarla. Cualquier posibilidad de enfermedad degenerativa, me angustia enormemente, pues no quisiera envejecer y sentirme limitado o inútil para con ellos…
A todo esto, pienso y concluyo que el temor a la muerte es la contraparte de la dicha terrenal en grado sumo. Y es que cuando se llega a alcanzar (aunque no permanente) una felicidad casi mística, nacida de la ternura de contemplar reír a los hijos; se llega a amar la vida al extremo que surge el miedo a morir. Es diferente a cuando se está enamorado y la felicidad se presenta en picos de embeleso sensorial, pero también en abismos de melancolía cuando ese amor se agrieta. No digo que una dicha sea mejor que la otra, pero ésta última, sin duda, no trae consigo el temor a la muerte. Sucede que ese intenso movimiento pendular entre el amor y el desamor no deja espacio para filosofar sobre el valor de la vida. La pregunta que surge entonces es ¿Pueden convivir ambos tipos de felicidad? Es decir, ¿se puede amar apasionadamente a una mujer, y al propio tiempo solazarse al compartir la inocencia y la ternura de unos hijos que van creciendo? Me dirán que es perfectamente factible y que muchas familias felices son la prueba de ello. Sin embargo, no me refiero a felicidad como sinónimo de sosiego y de estabilidad, sino a la mágica sensación de que el paraíso se encuentra en la tierra. Pienso que tal vendaval de ventura llega a quebrantar los frágiles cristales en los que está envuelta la vida. No obstante, creo que se pueden alternar periodos sucesivos de sentir la pureza de la plácida dicha infantil, con otros apasionados momentos con la mujer amada, marcadas por un erotismo elevado a cúspides de embelesamiento existencial. Sin embargo, y allí llegamos a la cuadratura del círculo, no quisiera perder nunca la luz de la estrella de jugar con mis hijos, y eso me lleva nuevamente a despertar ese miedo a que la muerte llegue, justo cuando me acerco a mi máxima realización vital…

sábado, 5 de abril de 2014

EL VESTlDlTO BLANCO



Él besó su vestido de blanca seda en la parte que da justo al pubis. Lo hizo con la más tierna devoción y también con emocionada gratitud. No había ningún halo de malicia. Apenas tenía trece y ella quince. Mientras se embriagaba con el angelical aroma de la nívea seda del vestido, experimentó la más profunda y abstracta elevación mística. Ansiaba quedarse a vivir ahí para siempre, embelesado en ese paraíso donde desaparecían los miedos y las culpas. Sintió detenerse el tiempo, y ni siquiera se percató de las manos de ella, que acariciando su cabello, le decía que debía irse. Tuvo que tomarle el rostro suavemente, y de paso alcanzar a ver las lágrimas en sus ojos rojos. Luego sintió que su fino vestido también estaba humedecido, pero no sólo de lágrimas. Entre avergonzada y feliz, se marchó a su casa y besó dulcemente el vestidito en la parte húmeda. El se lavó la cara en un caño y tuvo la hiriente sensación que ya nunca volvería a ese cielo de esa idílica inocencia. De ese entonces le viene la obsesión por el color blanco en la ropa femenina. Pero eso es poco, de ese entonces también le vienen las ganas de llorar cuando ve a una chica con vestido de seda blanca...

ANTERIOR A TU AMOR













Existías ya 
en los confines de mi ser
antes de que te materialices,
con esa tu embriagadora piel, 
que mis manos ansiarán 
hasta la inmovilidad de la muerte. 
Y te declaré mi amor, 
cuando envuelta llegaste
en la cristalina frescura,
del vestidito de tu púber hermana
pintado de fresca primavera. 
Y me dijiste "NO" con esa inexpugnable risa,
que no admitía insistencias. 
Entonces te seguí buscando, 
en la mirada sacrosanta
de otras  redentoras samaritanas,
pero sin la invitación a pecar de tus labios. 
Ahora pienso que tenías el poder 
para decidir mi desdicha,
con sólo negarme tus besos.
Ahora salgo a la calle y te busco,  
entre la multitud te descubro, 
y vuelvo a poetizarte con la mirada, 
pero TÚ, indiferente y altiva, me dejas, 
con la huérfana sensación
de lo ajena que nos resulta
la inmortalidad de las divinidades.
Por ello esta noche, vuelvo a celebrar 
el nácar del tesoro de tus muslos,
dueños de la absoluta hermosura,
prohibida para mis anhelos post primaverales; 
y también vuelvo a recrearte, 
con la radiante sensualidad, 
que en mí se convierte en desgarrada quimera,
de mi alma huérfana de tus labios...

CULPA E INOCENCIA

A pesar de los años sigues tan vigente como si ayer te hubiese conocido y amado. Tu ángel restableció la inocencia en mi, convirtiendo el sexo en un accesorio prescindible, e incluso trivial. Nuestro idilio se edificó de miradas, risas, divertidas pláticas y aquellas caminatas donde tu mano era el premio más grande por "haberme portado bien". Incluso me encantaba como me regañabas tiernamente. Sin embargo, algo se quebró aquella noche en que ya no resistimos al impulso de "adultas" caricias. Entonces te marchaste triste a tu casa y yo confundido a la mía. Habíamos trasgredido la frontera de la pureza de nuestros ojos y la culpa se instaló como una estaca en el corazón. Te alejaste de mi dejando ese vacío que hoy trato de llenar como una redención a mi alma huérfana de tu encanto. Por ello, a estas alturas pienso que (al menos entre nosotros) el adiós es una pérdida antes que una ausencia. Pues un día nos conocimos y comulgamos en una misma sensibilidad que nos sacó de la pobreza de la realidad y creó para nosotros un maravilloso universo construido de inocencia...
Se ama para mañana tener hermosos recuerdos. Aunque lastima un poco, es lindo evocar momentos y emociones bellas. Con el tiempo el corazón se vuelve generoso y no pide retribución a cambio, pues es feliz en los confines de los sueños y de las nostalgias...

ADICTO A LOS AMORES ESTOICOS

El cielo nublado cubre mis noches, mientras te busco para restablecerme de la temprana frustración. Esa que marcó con hierro candente el final de la inocencia...
Era casi al clausurar la primaria, cuando me dijiste: “eres muy niño para mí”, y los muchachos que lo escucharon rieron toda la tarde. Sin querer instauraste en mí ese mismo desamor que me haría poeta (aún en el iluso mundo de la fantasía). La rabia y el llanto me dijeron esa noche que la belleza tiene el precio del dolor. No alcancé a comprender esa crueldad para conmigo, pero ahora lo tengo claro. Era tu mártir misión enseñarme que el camino hacia la dicha no está poblado de rosas. Incluso alcanzo a visualizarte triste por haberme lastimado arteramente, sin comprender que ese fue también tu inexorable destino...
Y así, adicto a la belleza y a los amores estoicos, mi pluma fue aprendiendo el arte de escribir a las diosas que llegan para hacerse amar y luego marcharse…
Y ahora estoy repitiendo la historia. Reactualizando el tiempo contigo, luciérnaga de la penumbra de mi nostalgia. Volviendo a adorarte a ti, amor estoico. Resistiendo el dolor de tu beldad. Condenado o bendecido a perseguir esa ternura incandescente. Aquella que lastima un poco, pero crece inmensurablemente en las tardes de ocaso o en las noches de estrellas juguetonas… 
Pero sé que no vendrás, pues tus cálidas caricias exigen duras renuncias y dolorosas pérdidas. No es acaso que las almas se entienden al margen de nuestras voluntades. ¿Por qué, como dice la gente, no es suficiente con amar?
 

domingo, 30 de marzo de 2014

SOBRE ALUMNAS PREFERIDAS

Llegó una tarde de noviembre -Vengo a despedirme - fueron sus palabras – Me voy a casar y me iré a vivir a Trujillo -. La miró, y ya era toda una mujer y más bella aún que en sus años de estudiante. Hacía siete años que había terminado la secundaria, después de tenerlo como profesor de filosofía desde segundo grado hasta quinto (cuando él recién había salido de la universidad). Comenzó haciendo de su “secretaria”. Llegaba impecable al colegio y oliendo a perfume de bebé. Si alguna vez tengo una hija  será como ella se había dicho más de una vez, encantado por su fino e irresistible exceso de confianza para con él. Pero la niña de segundo grado poco a poco fue convirtiéndose en la jovencita de cuarto, y (como no podía ser de otro modo) llegó a enamorarse y a sufrir los primeros desgarros afectivos. Entonces su rol pasó a ser el de consejero sentimental, logrando finalmente hacer de ella una chica con autonomía y con las ideas claras sobre lo que quería hacer en el futuro. En los últimos años ya casi eran amigos, aunque ella nunca perdió esa frescura y esa sutil coquetería que lo sacaban de quicio y le cuestionaban su vocación docente. Las cosas se complicaron el día de la fiesta promocional. Era la más radiante de las alumnas, y lo peor de todo era consciente de la ofuscación que provocaba en su formalidad de profesor que despedía a sus estudiantes con un emotivo discurso. Bailó con ella unas piezas al inicio de la fiesta y se tomaron fotos que conservó por mucho tiempo. Él estaba feliz. Se divirtió con casi todas las alumnas, y se tomó unas cervezas con sus agradecidos alumnos. Avanzada la fiesta, las amigas del grupo de ella lo llamaron y al final los dejaron solos bailando. Ya era de madrugada y la mayoría de padres se había retirado. La cerveza comenzaba a hacer su “trabajo”. Ambos se miraron, rieron sin saber que decirse. El JD puso salsa sensual y su cintura moviéndose sensualmente entre sus manos terminó por derribar sus últimas defensas de corrección. La llevó de la mano a un ambiente apartado y la beso sin que ella se oponga. Total, ya no era su alumna, pensó. Sin embargo, luego se percató de su "inconducta" y trató de recobrar el aplomo. Le pidió disculpas. Trato de explicar de mil maneras ese “impulso”, pero ya era tarde. Sus amigas reían con la complicidad de labor cumplida. Se despidió de todas ellas, sintiendo que había atravesado una barrera muy peligrosa y no volvió a comunicarse con ella por varios meses. No obstante, aclararon el tema después de una larga conversación y continuó la amistad. Se comunicaban con frecuencia, hasta que ella le dio la mala noticia de su matrimonio…
Y ahora tenía que afrontar la despedida. La aconsejó cariñosamente y le deseó lo mejor. La abrazó fuertemente al despedirse y por segunda vez perdió la fuerza de voluntad. El perfume que se había puesto era el mismo de la fiesta y sintió que no habían pasado siete años, y sucedió lo que tenía que suceder. Pero los detalles los guardó en su corazón como tesoros inexpugnables para nadie. Por ello ahora que escribía sobre ella sintió un poquito de paz en su alma…

sábado, 29 de marzo de 2014

DERROTADA REBELDÍA

Esta noche trato de poner un poco de luz a los hechos y ensayo esta teoría. En algún momento, y por mi culpa, se levantó la barrera, el hielo, la desconfianza y comenzaste a tomar distancia. Lo demás era inexorable. Encontrar motivos para soslayarme sutilmente, y pericia en esas lides no te falta.
El nonato amor que surgió de pláticas divertidas e interminables pende ahora de un hilo. Lo virtual funcionó a la perfección, pero la realidad material no cubrió tus expectativas. Y hoy aquí sin saber en que matar el tiempo. Con el sabor ácido de la derrota. Con la implacable espada de la renuncia sobre mi cuello, y con el corazón empequeñecido por el miedo.
Debí conocer más sobre tu historia y no confiar en la intuición. Qué desgarros emocionales tapiaron tus afectos hacia los hombres. Qué lágrimas agotaron tempranamente tu confianza en las miradas que se atrevían a ahondar en tu alma.
Debí cultivar mucho más tu sensibilidad hasta hacerla sintonizar con mis afectos. Me apresuré a celebrar las nacientes compatibilidades como si eso bastara para conquistar a una chica como tú. No puse atención a tus palabras. Subestimé la hondura de esa escéptica frase "He perdido la fe". Pensé que era fácil domesticarte como lo hizo el Principito con el zorro.
Ahora estoy inmovilizado. Sintiendo como la inmovilidad senectud ataca a mansalva esa mi rebeldía que había adquirido brillo apenas te conocí. Sin la decisión para dar el paso final. Insoportablemente dividido entre tu dulce sonrisa que nutre la vida, y el debilitado orgullo que me impele a destruirlo todo. En medio de este caos lacerante, con las ganas apenas de escribir algunas líneas como luces de bengala de mi naufragado ser. Mirando el cielo con la agonizante esperanza de alcanzar a ver a mi estrella...

ESA NOCHE DORMÍ SOBRE EL CIELO

Y esa noche me dejaste dormir en tus pechos. Suaves y tibios como eran, despertaron en mí pretéritos regocijos. Volví a aquellos momentos inéditos aún al desamor y a la melancolía. El paraíso perdido de la infancia, pero con el divino regalo del goce de esos, tus dos olimpos, que el propio Zeus se hubiera negado a abandonar. No deseaba dormirme para disfrutar de lo sublime de esas sensaciones donde, por obra de un halo mágico, se combinaban la delectación, la paz y la inocencia. Pero tus palabras en mis oídos y tus caricias en mis sienes me transportaron a ese nirvana donde se diluye la materialidad, dando paso a la plenitud. Cuando desperté totalmente reconfortado con el cosmos el sueño ya te había vencido, y contemplé embelesado como crecían tus tesoros al ritmo de tu respiración. No pude hacer otra cosa que besarlos con una gratitud que rozaba el misticismo. Algunas lágrimas de celestial deleite fueron descendiendo por tus brillantes promontorios, y fue cuando despertaste. Creí en ese momento que ya no era merecedor de tanta merced, pero tu dulce sonrisa coronó con orquídeas aquella noche que atesoro como la más alta cima de mi felicidad terrenal. 

MUSA DESCONOCIDA


Sí, como dice Heráclito, el río del pasado corre hacía el presente, 

ella marcha hacia mí.
Temerosa, con una prisa cuyo candor se diluye en mis palabras, cautelando todo el amor con el que aliviará mi corazón.
Es la musa desconocida, virtualmente encantadora,
pero ajena a mis afanes en la realidad 
hecha de tiempo y de espacio.
La imagino en los jardines eternos de cómplices orquídeas. 
Con la ingenuidad de la neonata pasión. 
Sin saber como explicarme que el destino es férreo.
Que los amores inextinguibles son arquitectura de años
de insondable trabajo de los dioses.
Mi musa desconocida hoy me levantó la mano, me miró de reojo, 
como diciéndome: "...en un rinconcito de mi alma hay espacio para ti. 
Si te portas bien, te llevarás la mitad de mi sonrisa,
y quién sabe con el tiempo, escucharás mi voz y caminarás a mi lado..."
Mi musa desconocida, hoy sola contempla las estrellas, 
pero mañana lo hará conmigo, 
sí me reivindico con la vida, sí empiezo a ser bueno...

DE AMIGA A AMADA

Me dijo que de nuevo sucedería lo mismo (era la tercera amiga que me presentaba). Vas a aburrirte con ella después de unos días. No tendrás tema para conversar, a menos que sea de modas o de farándula. Pero de todas maneras te la presentaré para que te convenzas por ti mismo. Se quitó los lentes, quizá para que mire la tristeza de sus ojos, pero ni siquiera me percaté de ello. Mi pensamiento ya fantaseaba con la morena de estrecho jean que pronto conocería. No revelaré los pormenores del breve y frustrado romance, además son previsibles, pero tal como lo pronosticó ella (mi amiga), me aburrí, ambos nos aburrimos después de unos días...
La busqué por enésima vez y conversamos largo rato, mejor dicho, le volví a hablar sobre mi mala suerte en el amor. Ella me acarició el cabello, me consoló con tanta dulzura que terminé llorando en sus brazos. Cuando me sentí reconfortado, le agradecí y me marché, no sin antes despedirme con un beso en la mejilla. Nuevamente no me percaté (tal vez no quise hacerlo) que ella me ofreció sus labios. No volvimos a conversar sobre el tema más de una semana, aunque nos vimos una vez para que me explique la tarea de matemática.
Sin embargo, no pasó ni un mes, para volver a pedirle que me presente a otra de sus amigas. Para sorpresa mía, accedió de inmediato sin ningún reproche. Sólo me pidió que la espere un par de días antes de marcharse rauda. Supuse, que como otras veces, tenía prisa por realizar algún trabajo de la universidad. Llegado el día me presentó a la amiga solicitada, retirándose nuevamente de prisa. 
Fue después de una semana que recién me enteré lo que los demás ya sabían. Estaba saliendo con un chico de un ciclo inferior, y los habían visto muy felices a ambos. La busqué con el pretexto de contarle sobre mi último fracaso, pero en el fondo extrañaba su ternura que me hacía tanto bien. Mis nacientes celos se convirtieron en rabia, cuando me hizo esperar varias horas antes de escucharme. Como si eso no fuese suficiente, me dejó antes de que termine de contarle todo, precisamente cuando recibió la llamada de su pretendiente. Eso no lo pude soportar. Primero le pedí que me escuche, pues me encontraba mal, pero ella se disculpó amablemente. Entonces le reclamé airadamente, y ella con mucha calma, me dijo que lo sentía, que al siguiente día conversaríamos largamente. Contrariamente a lo que haría una persona madura. Me odié a mí mismo y también a ella. Me dolía tremendamente que ya no se quede horas y horas escuchándome y aconsejándome. No podía soportar que sus manos acaricien otro cabello que no fuera el mío. Desde ese entonces sigo buscando otra chica, igual de dulce, comprensiva e inteligente, pero para mucho más que contarle mis penas y me presente a sus amigas... — con Victor Patricio Clavellina Orozco y 49 personas más.

HASTA LOGRAR QUE ME AMES

Apartaré la tristeza de tus ojos, para ir descubriendo la alegría agazapada en esa indiferencia a mis mustias palabras. Recorreré con mis labios, uno a uno tus cabellos, hasta que una sonrisa sea el preludio de ese inconfesable amor a mis locuras, vano afán por alegrar tu alma congelada en el temprano dolor de la ausencia de ternura...
Y cuando me dejes besar tus manitas, cantaré para ti las nupcias de la mar y la luna, celebrada por recios marineros, que no resisten el encanto del escarchado cielo. Entonces, me dirás que acerque mi rostro a tu corazón, para escuchar la melodía de un naciente amor, tejido de cuentos de sensuales hadas que ya no quieren cenicientas porque han sentido las audaces caricias del viento...
Te irás acostumbrando a mis palabras, a mis canciones y a mis besos, que un día suplicarás que descubra tus tesoros candorosamente guardados para el cielo. Y serás mía una noche de centellantes luciérnagas y del cantar de los grillos. Serás mía por soberana decisión de tu piel y de tu corazón. Le dirás adiós a la niña de huraña mirada. La nostalgia se ahuyentará con mi protectora risa, y me harás el amor tan dulcemente (yo también te lo haré), que todos los poemas escritos por mí para ti, florecerán en el fuego de tus labios de la sensual mujer que ya dejó de ser niña...

EL QUERÍA SER COMO GEORGE CLOONEY

El quería ser como George Clooney cuando llegará a la madurez. Deseaba ser viril y expresivo como él para atraer a mujeres bellas y jóvenes. Pero fantaseó demasiado. Las mujeres jóvenes (la mayoría alumnas y ex alumnas) que lo buscaban era sólo para pedir un consejo para sus dramas amorosos. Y él las orientaba de la mejor manera. No en vano se había devorado volúmenes enteros de psicología. Pero en el fondo no era feliz en su papel de "consejero sentimental". 
A veces lo veía como algo aburrido. Quería más acción, algo de heroísmo en su vida, antes que la senectud llegue con todas las limitaciones que impone. Pero las máximas emociones. Aquellas que le mezquinó el destino, las llegó a encontrar en la fantasía de la literatura. Leyendo y escribiendo llegó identificarse con los personajes y con las historias que éstos vivían. Sentado en su escritorio daba vida a tramas de amores románticos y apasionados que despertaban los benevolentes comentarios de sus amigos y de sus amigas del internet. Su campo de aventuras, de conquistas y de romances, era su computadora donde cada noche escribía capítulos enteros de apasionados idilios, que en realidad surgían de algunos recuerdos de su primera juventud, pero sobre todo de sus más hondos anhelos.
En eso andaba cuando la conoció a ella. No era alta ni rubia como las novias de George Clooney, pero tenía una sonrisa que podía curar todos los males. Tenía el encanto de la autenticidad y de la irreverencia. No era lo que expresaba, sino como lo expresaba. Adornaba sus palabras con los gestos tan dulces y sensuales que llegó a colmar en demasía todo el romanticismo que guardaba en su corazón. Y como no podía ser de otra forma la llegó a amar como los árboles aman al sol porque les procura la vida. La pregunta es ¿Cómo la conoció? Pues, no fue una mujer famosa. Tampoco fue una de sus inteligentes y sensibles amigas que leían sus textos. En realidad era la mamá (divorciada) de una de sus alumnas, quien, por aconsejarla por cierto, lo había elevado tan exageradamente que aquella no paró hasta lograr conocerlo...
Vaya que de algo (de mucho) sirvió asumir el papel de consejero sentimental. Tanto así que llegó a sentirse el George Clooney de todo el colegio, y además, siguió escribiendo hasta el últimos de sus días, llegando a ser feliz por partida doble... 

martes, 25 de marzo de 2014

ELLA CUIDABA A SU NIETECITO

Todas las noches salía a pasear a su nietecito en su carrito de bebé, mientras los niños más grandes corrían en sus bicicletas. Trataba de regalarle todo el cariño y la dedicación que no tuvo para con sus hijas. De eso se encargó su hermana (tía de las niñas), quien contrario a ella, nunca pudo tener los suyos. Las protegía tanto que, cuando se convirtieron en agraciadas jovencitas, las acompañaba a cuanto lugar iban. Por eso el día en que una de ellas se fue con un muchacho la tía lloró durante varias semanas, pues le arrancaron algo que había cuidado amorosamente. Pagó con lágrimas su debut como mamá fortuita, es otra forma de decirlo.
Pero la vida siempre da segundas oportunidades, y ella se estaba reivindicando con su nietecito. Su historia se parecía a la de muchas chicas, salvo por una particularidad. En una época en que los muchachos sólo buscaban satisfacer el llamado de las hormonas, ella sólo quería que la amen, y por eso se entregaba por completo a todo aquel que le mostrara fingido interés. Fue así como tuvo a sus niñas, cada una de diferente papá; hasta que la hermana (que cuidaba a las niñas) la hizo ligar para que no tuviera más hijos. 
Había mencionado una particularidad en ella, pero en realidad fueron dos. La primera, que ya adelanté, era entregarse por completo a los chicos, tratando de saciar su profundo anhelo de sentirse amada. La segunda era su apariencia física (para usar un eufemismo). La naturaleza no había sido precisamente generosa con ella. O nadie la había mirado con los ojos del corazón (si queremos ser poéticos). El hecho es que el desamor la había llevado a volcar en su nietecito toda la ternura que los muchachos no habían valorado. Su historia me la contó mi madre cuando le pregunté por aquella señora cabizbaja que caminaba empujando un carrito de bebé, y que sólo atinaba a decir “buenas noches” cuando me encontraba cuidando a mi hijo Dylan Axel mientras paseaba en su bicicleta. 
Sólo queda decir que, en el fondo, ella sólo quiso vivir de acuerdo a los llamados de su corazón, pero los muchachos sólo veían en ella la oportunidad de un gratuito rato de placer, para luego abandonarla. Quizá no sea verdad (para ella no lo fue) aquello de que “el amor sólo se paga con amor”. 

viernes, 21 de marzo de 2014

LA LLAMABAN PUTA

Ella nunca negaba un beso y le llamaban puta. Los hombres llegaban a su regazo tristes y angustiados, y luego de tocar sus labios, se les iba toda la sombra de su alma, y sin embargo, la llamaban puta…
Ella identificaba muy bien a quienes fingían, y sólo les daba una sonrisa. Pero cuando se entristecían de verdad por su negativa a besarlos, entonces también les ofrendaba su boca, y seguían llamándola puta…
Ella se sentaba en el parque a dar de comer a las palomas, esperando hombres a quienes consolar. A veces entonaba una canción para llamar a la luna, y entonces llegaban los desolados hombres, y sin embargo, no cesaban de llamarla puta…
Un día se negó a besar a los hombres tristes y sufrientes. Sólo conversaba con ellos, pero no sabía aconsejar, y ya no lograba devolverles la risa. Se iban llorosos a seguirse embriagando. Entonces dejaron de llamarla puta…
Ella dejó de ir al parque un día. Las palomas se fueron muriendo de hambre, y los hombres se quedaron tristes por siempre. La buscaron en su casa y no la encontraron. Los hombres se consolaron pensando que se había ido al cielo. Y a pesar de todo, no faltó alguien que dijo que se fue a trabajar a un burdel…

AMOR EXTREMO















Si para lograr que me ames, 
debo dejarme matar 
por el anzuelo de tus caricias, 
decido entonces suicidarme. 
Si después del fuego mortal de tus ojos, 
vendrá el fuego divino de tus besos, 
quiero en ti, dulcemente incinerarme.
Aunque después nos lastimemos, 
necesito sentir en mis venas,
el dolor purificante de tus dardos, 
para luego, en tus pechos redimirme, 
de esta realidad que aprisiona el alma... 
Volemos al infinito, 
ahora que el cielo aún regala estrellas.
Unámonos en vuelo centelleante
de nuestras alas agujereadas.
Derrotemos al destino aciago,
que en la tierra nos cercenó los sueños.
Liberémonos del temor al tiempo, 
el mañana traerá sus propias lágrimas,
y de tanto sufrir por amarnos,
serán santificados nuestros sexos,
en suave tapiz sin culpas ni temores.
Y la efeméride de ese momento,
será el inicio del prometido cielo...

MUJER DE FUEGO

Seguramente comencé a amarte,
en la misteriosa abstracción
de alguna heroína de novela, 
quien cada medianoche,
febrilmente despertaba mis sueños; 
o quizá en la sexi protagonista
de un thriller amoroso 
que invitaba a fantasear. 
No lo sé. 
Pero existías pre ardiente,
antes de que te materialices,
con esa tu embriagadora piel, 
que mis manos ansiarán 
hasta la inmovilidad de la muerte. 
Y te declaré mi amor, 
cuando llegaste envuelta en la frescura,
del vestidito de tu púber hermana,
pintado de fresca primavera, 
que alegremente jugaba con el viento. 
Y me dijiste "NO" con esa inexpugnable risa,
que no admitía insistencias. 
Entonces te seguí buscando, 
en la mirada sacrosanta
de otras redentoras samaritanas,
pero sin la invitación a pecar de tus labios. 
Ahora pienso que tenías el poder 
para decidir mi desdicha,
con sólo negarme tus besos.
Ahora salgo a la calle y te busco. 
Te descubro entre la multitud 
y vuelvo a poetizarte con la mirada, 
pero TÚ, indiferente y altiva, me dejas, 
con la huérfana sensación
de lo ajena que nos resulta
la inmortalidad de las divinidades.
Por ello esta noche, vuelvo a celebrar 
el nácar del tesoro de tus muslos,
dueños de la absoluta hermosura,
prohibida para mis anhelos post primaverales; 
y también vuelvo a recrearte, 
con la radiante sensualidad, 
que en mí se convierte en desgarrada quimera,
de mi alma huérfana de tus labios...

LECCIONES DE TERNURA

Angelinita me mira
y sus ojitos me dicen
"soy la soberana de tu corazón". 
Ríe con tierna locura, 
y al otro rato me abraza.
Descubro de pronto preocupado
que el entorno se trivializa, 
pues angelicalmente acapara,
el encanto de la pureza filial, 
que es el rostro más bello
de la más honda felicidad...
Angelinita ha descubierto, 
pues los niños cerca de Dios están, 
que soy un consumidor ávido 
de sus juguetones afectos,
y con sus manitas se lleva,
la malvada melancolía 
que acosa mi soledad. 
De tarde cuando del trabajo salgo, 
prisa tengo por llegar
para de nuevo nutrirme
del milagro de su bondad...
Angelinita un día,
grande se tornará, 
y seguramente a otros solitarios, 
su encanto regalará. 
Entonces, miraré en retrospectiva, 
y la nostalgia me inundará. 
Quién sabe si en ese momento, 
en el puro pasado viviré, 
añorando a la niña Angelina, 
que hoy a celestiales raudales,
me regala felicidad...

HISTORIA DE CORAZONES

Hacía unos meses habían pintado un gran corazón en el cerro con sus nombres debajo. 
- Nadie podrá borrarlo, pues el lugar es casi inaccesible - dijo ella mientras lo besaba.
- Todos los años, cuando vengamos a la playa, iremos a verlo, y si ya no estuviera, lo volvemos a pintar - enfatizó él.
Y es que verdaderamente pensaban que su amor era indestructible, pues ella se lo había demostrado en situaciones muy duras.
Por ejemplo, cierta vez él había llegado a la playa con toda la resaca de la fiesta de sábado. El dolor de cabeza y el vómito eran insoportables. Sin embargo lejos de generarle rechazo, ella le consiguió una sal de andrews con aspirinas para que tome. Lo sostuvo en sus brazos mientras le ponía paños de agua fría en la cabeza. Se durmió una media hora y se despertó un poco aliviado. Ella lo seguía abrazando y no tuvo reparos en besarle en la boca, mientra sus amigos (disimuladamente) hacían gestos de repudio. Lo trataba como a un bebé, y esos engreimientos hacían que él llegue a pensar que nunca dejaría de amarlo...
Hay un punto negro (varios puntos negros en la historia). El no supo qué es lo que realmente la hizo cambiar. No había hecho caso de los comentarios de que había un muchacho que la estaba enamorando. Quizá, masoquistamente, deseaba sumergirse en la auto compasión de los celos. El hecho es que un domingo no quiso ir a la playa, sólo para ponerla a prueba. Pensaba que ella tampoco iría, pero se equivocó. No sólo fue, sino que estuvo paseando con el muchacho aquel. Cuando se enteró se sintió destrozado. Experimentó aquello del "amor y odio" que había escuchado en una vieja canción. En ese vendaval de sentimientos quiso matarse, pero le faltó valor para arrojarse a las ruedas de un carro , y así hacerla sufrir. No obstante la buscó, le suplicó, se humilló ante ella hasta lograr que regrese. Pero se engañó a sí mismo. Ella era dueña de la situación. Le era infiel, pero luego lo seducía. Conocía muy bien sus debilidades y le entregaba lo que sabía que él más deseaba. Pero algo se había roto en el alma y seguía doliendo. Luego de los momentos de pasión él volvía a odiarla por haberlo echado a perder todo, y terminaban separados nuevamente, hasta que el la buscaba sólo porque la deseaba, lo cual iba convirtiendo su vida en un infierno. Pero no era capaz de dar el último paso. Llegó a maldecir la debilidad de su piel incapaz de vivir sin sus caricias.
Una mañana se marchó solo a la playa miró el lugar donde aún permanecía el corazón de ambos. Primero maldijo su destino y lloró amargamente. Luego suplicó con todas sus fuerzas a Dios que lo ayude a olvidarla. El cambio demoró aún algunos días. Pero poco a poco la iba necesitando menos. Hasta que por fin lo consiguió. Ni siquiera se lo comunicó. Le bastaba largamente sentirse liberado de tan enfermizo amor. Para demostrase a sí mismo que ya lo había superado, volvió a la playa. Recorrió los lugares donde se amaron juntos, y sólo sintió una tenue nostalgia que ya no lastimaba. Miró el gran corazón, y fue cuando subió el mismo a borrarlo por completo. Ese fue el signo de que su amor era historia.

AUTENTICIDAD

El pequeño Dylan Axel repite una y otra vez ¡Esto no pudo ser! mientras observa a su hermanita Angelina llorar por el golpe que se dio. Jugaban alegremente cuando ella resbaló y se golpeó en la pared. No es algo grave, pero Dylan Axel se siente culpable. Y es que suelen regañarlo cada vez que llora su hermana. Pero esta vez me adelanto y le digo que todo está bien, que él no tiene la culpa y que sucede a veces que los niños se golpean y lloran...
La autenticidad de Dylan Axel le impide ponerse caretas para quedar bien con los demás. Por eso sufre por Angelina. Si fuera cualquier adulto, lo más probable es que dijéramos algo como "Yo no tengo la culpa, ella se golpeó por estar corriendo". Trataríamos de justificarnos antes que reconocer nuestra responsabilidad. Y es que socialmente estamos condicionados por el !qué dirán", lo cual nos impide expresar nuestras emociones de manera plena. Sin percatarnos vamos atrofiando la sensibilidad ante el dolor ajeno. De pronto nos vemos asumiendo como normales las noticias cargadas de muerte y tragedia que vemos en la televisión...
¡Enséñame Dylan Axel a no dejar que mi alma se petrifique. Alimenta y alegra al niño que aún sobrevive en mí. Que el sufrimiento y la miseria no me sean indiferentes!!! 

miércoles, 19 de marzo de 2014

MISTICISMO

Esa noche me nutrí de naturaleza pura y fresca, y de relajante música. Contemplaba el río desde el mirador del puente recién inaugurado con los audífonos puestos. Me sentí poseedor, acaso inmerecido, de la dicha de unirme al universo. El aire fresco en el rostro, las luces que se reflejaban en el agua, el cielo donde comenzaban a jugar las estrellas. Todo se había conjugado para que sea feliz. Entonces me miré, desposeído de bienes materiales, pero dueño absoluto de la libertad de quedarme el tiempo deseado en ese éxtasis sensorial, y te recordé a ti, mujer experta en gobernar mi corazón. Es verdad, extrañé tu aroma, pero no hubo la hiriente sensación de la orfandad del alma, como aquella vez cuando me dijiste adiós. La paz con la que naturaleza me inundó, hizo que tu ausencia doliera sólo un poquito...
Si quisiera filosofar, tal vez diría, que la ancestral comunión con la naturaleza nos otorga el más pleno sosiego. Si me sumergiera en el misticismo, quizá sentiría a mi rostro, a mi organismo, a mis átomos, beber de la sabia del cosmos ofrendado a mí en  bello paisaje...
Y a ti, mujer, que te llevaste mis sublimes sueños. A ti, te volví a amar, sin angustia ni desesperación. Como se añora a un amor lejano al escuchar una canción. Estaban allí los viajes a la playa, las risas, las locuras. Ese cachorro que encontramos juntos, y  curamos y cuidamos hasta que se hizo adulto. Pero no estaban más (ni quería que estuviesen), las lágrimas ni las heridas...
Entonces te amé. Con ese amor de los ocasos. Triste, pero bello. Que es el mismo que siente el sol de la tarde hacia la mar...

DIVINIZADA NOCHE

Hay momentos que contienen o sintetizan toda nuestra historia afectiva. A mí ese don me fue otorgado hace algún tiempo ya, y me permitió descubrir mi verdadera naturaleza. La de un ser ávido de experiencias sensoriales extremas. Esa noche, esa hora, quizá sólo esos minutos, quedaron marcados con hierro en mi alma (y también en mi piel). Es tan vívida la imagen y el vendaval de emociones a su alrededor que basta revivirla para ya no pedir otra merced. Era linda ella y esa noche se dejó amar sin límite alguno. Brillan en mis sentidos y en cada célula de mi cuerpo sus labios, su mirada absolutamente devorada por el éxtasis, su cabello rubio desordenado y con una aroma que bien pudo ser la morada de los dioses. Sus gemidos y la mención ardiente de mi nombre están tan nítidamente presentes que cuesta no imaginar que, quizá sólo se trató de un sueño. Pero no lo fue. Esa noche, soberana exclusiva en mis recuerdos, vive en mí, o yo vivo para ella, y resume, qué duda cabe, toda la historia de mis afectos. Marcó en mi ser un antes y un después, y el lúcido convencimiento que a todos nos está reservado un momento así. La cumbre emocional. Aquella que nos puede hacer reír o llorar, y es por ello el tesoro más preciado que guarda el corazón...

NOSTALGIA DE PASIÓN

... Y entonces te amé mientras caminaba
en busca de sueños recónditos, 
invulnerables a la muerte. 
La frescura de tu aliento 
me devolvió a la esperanza terrenal 
nutrida de tu piel suave y ardiente. 
Y quise esclavizar tus labios, húmedos y tibios. 
Quedarme con ellos, 
para liberarme de la abulia de mis días grises 
por la tragedia de tu no existencia. 
También quise perennizar 
tu voz, suave arrulladora de mis miedos. 
Insaciable yo del fuego de tu cuerpo,
indescriptible oasis de mis sentidos,
con el terciopelo de tus muslos. 
Y fue así que le diste cielo a mis mañanas, 
antes presurosas por el vano deber 
de enajenar el tiempo. 
Luego esperar la noche, 
cuando hacías que beba del pozo de tu pubis, 
soberano absoluto de mis plegarias de amor. 
Me ofrendaste todo en jornadas primaverales, 
que hoy rememoro tu estadía, 
en este mi mundo vuelto a la vida, 
por el sólo y divinizado toque de tus manos en mi piel, 
que hoy sólo imploran tu nombre... 

LIBERACIÓN

La contemplo mientras se marcha a una fiesta con sus amigas. Viste un breve y colorido traje que se ciñe a su figura. Entre risas y música a alto volumen abordan la lujosa camioneta que las llevará al evento. De pronto repara de mi presencia y viene corriendo a mí. Sabe que estoy enojado, pues la fiesta será costeada con el dinero que le di para pagar la matrícula de la universidad (pues yo trabajo y ella aún no). - Si tú quieres no voy a la fiesta - me dice consciente de que tiene el control de la situación por aquello de "es más débil quien más ama". - Ve con tus amigas. Total, ya me acostumbré a esperar los breves momentos de tiempo libre que te quedan - le digo con la hiriente convicción de que ya no estoy en condiciones de exigir nada. Ella por su parte sólo atina a susurrarme con su más dulce voz, - Cuando regrese te recompensaré todo lo que te mereces. Se pones en punta de pies para despedirse con un beso...
Camino por la calle por casi dos horas, sólo dejándome llevar por mis pasos. Por una especie de inercia llego a la calle rosa donde alguna chicas se acercan a ofrecer sus servicios. Elijo a la de mejor sonrisa y le pago para que me acompañe toda la noche. Nos marchamos a un hotel, pero por esa intuición maternal de las mujeres, se percata de que estoy triste. Entonces conversamos largamente y miramos una película como dos viejos amigos. Me cuenta que tiene dos hijas gemelas, las cuales nacieron cuando ella apenas tenía quince años. La convenzo para ir a verlas, previa compra de regalos. Apresurados logramos alcanzar las últimas tiendas aún abiertas y comprar algo lindo para sus adolescentes gemelas. Me presenta como un antiguo amigo suyo, e inmediatamente me gano su confianza, a tal punto que armamos una pequeña y alegre tertulia familiar. Tomamos unas copas de vino. Esa madrugada me siento inusualmente reconfortado. Tengo una nueva y buena amiga, y dos nuevas y juveniles "hijas". Es mucho más de lo que puedo merecer. Apenas me acuerdo de la chica de traje ceñido que me dejó por irse a celebrar. He decidido ya no depender de ella. Me marcho a casa seguro de que comienza una nueva etapa en mi vida, y quizá será la mejor de los últimos tiempos...